Un sábado te levantas sin ningún plan, contento con dejarte llevar, y una hora después estás haciendo cola para pagar unas sábanas muy suaves en una tienda de cosas para el hogar. La vida en pareja está llena de sorpresas. Esperando mi turno, me quedé medio lelo mirando una pantalla detrás del mostrador, viendo cómo la audiofilia llegaba a una cadena donde venden velas perfumadas y una ilusión homologada del buen gusto asequible. El vídeo mostraba una entrevista a una joven DJ enseñando su piso en París, donde tenía la misma mesa como la que un amigo me había enseñado por WhatsApp, diseñada para colocar vinilos en un lado, un plato en el medio y un altavoz incrustado en la parte inferior. Una mesa a la que mis compañeros de trabajo mostraron su aprobación en otra cadena de mensajes. Solo habían pasado tres días desde esa breve veneración colectiva. Minutos antes había preguntado a una de las dependientas si la tenían en la tienda, para poder tocarla con mis dedos. No tenía ninguna intención de adquirirla. Solo por tocar y sentir la madera. Su diseño despertaba curiosidad y anhelo. Otros, a nuestra edad, se dedican a customizar motocicletas y disfrutan llenándose las manos de grasa. Antes había quien coleccionaba sellos o mariposas. Yo conozco a más personas que coleccionan discos, y ahora invierten tiempo y recursos en montarse equipos de sonido en sus salones, o en la habitación del armario para abrigos y el tendedero. Investigan. Saben de válvulas. Hasta tunean las potencias. Se les conoce como audiófilos. Existen de toda la vida. Seguro que cuando no se conocía la electricidad, había quien se obsesionaba con la acústica de las cuevas y buscaba sitios donde ir a tocar el laúd.
La dependienta me informa de que aún no tienen la mesa en la tienda, pero que se puede comprar online, junto con un tocadiscos Audio-Technica con base de madera y una cuidada selección de vinilos que no intimida al cliente habitual que hace años que no se mantiene al tanto leyendo webs de música. El tipo de álbumes que figuran en playlists de vuelos transatlánticos y que sorprendentemente incluye el “Ambient 1. Music For Airports” (EG-Polydor, 1978) de Brian Eno. Un aficionado tendrá algunos de estos discos en vinilo. Pero el audiófilo dedicado pagará generosas cantidades por rarezas en Discogs que sirven para poner a prueba la alta fidelidad con la que el equipo de sonido recrea lo que se grabó en un estudio, y para celebrar una microceremonia, que puede o no incluir la parte de encender una vela aromática y debería siempre incluir el consumo de la sangre de Cristo… vino hecho con la misma dedicación que los músicos que se encierran en un estudio de grabación.
Me voy de la tienda cargando con las sábanas suaves, unas toallas y dos velas perfumadas que pesan considerablemente… y cierta parsimonia. Si una tienda como esta, que tiene puntos de venta por todo el planeta en las calles más transitadas por familias con poder adquisitivo, apuesta por vender vinilos, tocadiscos y muebles para almacenarlos, quiere decir que han investigado. Que han hecho suficientes previsiones como para poner en venta una mesa que equivale en precio al alquiler mensual de una habitación en el centro de una ciudad. Se me ocurre que, si apuestan con tanta confianza, muchos conocidos que dirigen sellos y se dedican a editar discos quizá noten un aumento de pedidos de sus catálogos. No porque sirvan a la tienda en cuestión como punto de venta, sino porque haya un cambio de paradigma en el que se vuelva a apreciar el formato físico –como se empezaron a apreciar los gintonics con pétalos de rosas o las clases de yoga– y se vuelva a crear una liturgia cotidiana alrededor de la escucha privada como hábito popular. Beneficios de una pandemia: el confinamiento ha conciliado a las personas con sus ocios domésticos. Si los que ayudan a filtrar toda la información y a generar aquel deseo de poseer estos objetos que te acompañan de varias formas para combatir el aburrimiento lo hacen bien, quizá seremos testigos de un momento indefinido de bonanza en una industria a la que le tenemos aprecio.
Ya que llevamos unos años encontrando vinilos como elementos decorativos en tiendas de ropa, hablemos de esos discos que pueden convertir el salón de un piso en una nave que viaja hacia el cosmos. “Music For Airports” es imprescindible en una colección de ese ambient que tanto justifica la inversión en equipos de alta fidelidad. El hecho de que comparta estantería con “Come Away With Me” (Blue Note, 2002) de Norah Jones o el “Blue Lines” (Wild Bunch, 1991) de Massive Attack asegura que su legado no corre peligro de caer en el olvido. Así que mejor dediquemos este artículo a otros discos igual de imprescindibles: hablemos de esos vinilos que pesan y que tienen el poder de transformar un espacio. Hablemos de
“The Expanding Universe” (Philo, 1980) de
Laurie Spiegel.