La teatralidad no es nada que le pille a contrapié a cualquiera habituado a la música de Christine And The Queens: toda su trayectoria es una fantasía de arabescos, piruetas y grand jetés sobre el escenario del pop, más retro o más futurista, más canónico o más experimental, muy influida de hecho por las artes escénicas –de gran magnitud, todo sea dicho– y por las grandes epopeyas cinematográficas. Y cualquiera que asistiera a sus recientes presentaciones en el Primavera Sound de Barcelona y Madrid puede dar fe de ello: su concierto, en 2023, narra sobre los raíles de sus dos últimos discos una historia de transformación personal que, de algún modo –porque a ver cómo se explica esto–, equipara la autobiografía de Chris con el tortuoso camino del arcángel San Miguel y lo sumerge en una actualización personal del drama en dos partes “Ángeles en América” (1992), de Tony Kushner.
“Redcar les adorable étoiles (prologue)”, el año pasado, llegaba como un prólogo a este nuevo y definitivo “PARANOÏA, ANGELS, TRUE LOVE” y tras una convulsa y traumática crisis personal que pasaba por una lesión que lo obligó a cancelar una gira, la pandemia, la muerte de su madre –y su obsesión subsecuente por los “coches rojos”, que dio nombre a este nuevo avatar-parche que finalmente parece haber emergido como Chris–, los problemas con su sello y una transición personal. Era un disco extraño, una colección de postales de sofistipop rococó, una bizarrada entre lo conceptual y el cabaret synthpop. Y era, sobre todo, una antesala inesperada –y quizá innecesaria– a la mastodóntica magnitud de este “PARANOÏA”: juntos, ambos trabajos suman 33 canciones en total y se acercan a las dos horas y media de duración. A todas luces una burrada.
Y si el anterior podía diluirse en su propia parafernalia, este, leído en presente como un libreto para su show total, se pierde más bien entre su farragoso concepto. Es cierto que, en lo formal, continúa la línea de disco-espejo de su predecesor, funcionando como un tratado referencial que recurre a infinidad de recuerdos diferentes, como en una especie de “Tu cara me suena” en versión tour de force, para adquirir su unidad definitiva: el de Nantes hace de Rihanna –en una “Track 10” que se prolonga hipnótica hasta los 11 minutos–, de 070 Shake –en una “A Day In The Water” que también tiene algo de la intensidad contenida del “I Wish It Would Rain Down” de Phil Collins; la rapera de Nueva Jersey colabora en varios tracks–, de Beth Gibbons –en “Angels Crying In My Bed”–, de Lykke Li –en la primera “Overture”–, de Caroline Polachek –en “Marvin Descending”, con sample de Marvin Gaye, o en “We Have To Be Friends”–, de Björk –en “Let Me Touch You Once”–, de Zola Jesus –en “He’s Been Shining For Ever, Your Son”– y hasta de Prince –“Shine”–… Y quizá cuesta encontrar al verdadero Chris entre todos los papeles y el maquillaje.
Musicalmente, sin embargo, “PARANOÏA” está mucho más enfocado que “Redcar”, y aunque deje entrar tantas referencias dispares y abrace una sorprendente dispersión genérica –incluyendo los auto-tunes cibertrónicos de la segunda “Overture” o varios desvaríos cósmicos y psicodélicos a lo largo de todo el metraje–, se puede encontrar un hilo conductor en torno al trip hop, como prorrogando a los Massive Attack flemáticos de “Mezzanine” (1998): ahí están la tempranera “Tears Can Be So Soft” y “Big Eye” bajando el telón para rubricarlo; también esos oscuros muros de sonido en plan ópera post-rock con ínfulas industriales que ha diseñado junto a Mike Dean –y la colaboración más esporádica de Ash Workman–.
Pero lo que le da el verdadero sentido al álbum es al mismo tiempo su talón de Aquiles: una ambición desmedidamente grandilocuente a la hora de concebirlo como un espectáculo casi brechtiano en el que exponer al mundo y a corazón abierto su transición, con Madonna poniendo voz a los interludios y representando al “Gran ojo”, una especie de consciencia superior fundamental para el despertar del nuevo Chris. “Seize my heart in regret, there might be another vision / One that makes me forget I wish I was another person”, canta en “Full Of Life” sobre el “Canon” de Pachelbel. Cuando el ángel desciende encarnado en Madonna y la posee en la ardiente intimidad de su lecho, durante la acechante y densísima progresión rocktrónica de “I Met An Angel”, sus alas son las suyas y la transformación es completa, pero el trabajo final pasa por aprender a reconocer la otredad en uno mismo, las propias dualidades. Y reconciliar a nuestro padre y a nuestra madre interior, a nuestra hija y a nuestro hijo. ∎
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