Película

Joker

Todd Phillips

Rockdelux 387 (Octubre 2019)

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Los dos rasgos que, históricamente, han caracterizado al personaje cinematográfico del Joker han sido su pertenencia al mundo del hampa y la dimensión enigmática, casi impenetrable, de su pasado. En este sentido, las encarnaciones de Jack Nicholson –en el “Batman” (1989) de Tim Burton– y Jared Leto –en “Escuadrón suicida” (David Ayer, 2016)– proponían una relectura en clave kitsch de la figura del gánster, mientras que el Joker de Heath Ledger –en “El caballero oscuro” (2008) de Christopher Nolan– sublimó la villanía de un monstruo sin raíces, un indescifrable y macabro emisario del mal. Una dimensión abstracta del personaje contra la que atenta Todd Phillips en “Joker”, su intimista y politizada inmersión en los orígenes del enemigo por antonomasia de Batman.

Presentado desde el inicio del filme como una figura trágica, el Joker al que da vida Joaquin Phoenix (de nombre Arthur Fleck) sufre una dolencia psicológica que le provoca súbitos y convulsos ataques de una risa espástica, casi un aullido doliente, una clara manifestación de la incapacidad del personaje para operar en el marco social. Cabe decir que el Joker de Phillips comparte con las anteriores versiones del personaje una condición trastornada: aquí estamos más cerca que nunca de su realidad enajenada. Sin embargo, la criatura encarnada por Phoenix –entre un animalismo brutal y una vulnerabilidad desarmante– ni se ajusta a la iconografía gansteril ni se erige en un portavoz del caos. Su drama es el de un hombre cuya sed de afecto y reconocimiento se ve devastada por su condición marginal, por la inoperancia de las instituciones públicas, por una dictadura de la felicidad sustentada por la cultura del psicofármaco, y por la violencia de una Gotham emparentada con el Nueva York de “Taxi Driver” (Martin Scorsese, 1976).
Si el Joker de Phoenix resulta terrorífico es porque la distancia que nos separa de él puede llegar a parecer ínfima. De hecho, su sufrimiento resulta tan palpable y estremecedor que no nos queda otra salida que identificar a la sociedad como la auténtica villana de la función. ∎
La cómica máscara de una tragedia.
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