Publicar un recopilatorio con poco más de dos años de carrera –su único LP hasta la fecha, “Ezorregatik X Berpizkundea”, es de 2021–, hacerlo en CD y titularlo con algo así como “Las canciones más tristes” concuerda con la imprevisibilidad del colectivo pamplonica Chill Mafia.
Lo cierto es que en Euskal Herria hacía años que no se vivía un fenómeno musical de esta escala, traspasando la invisible pared entre el público de su edad y la audiencia más veterana. Los provocadores versos pisando callos con nombre y apellidos, su descarada puesta en escena con un nutrido colectivo de funcionamiento difícil de explicar –el CD no contiene créditos, pero esta entrevista se acerca mucho– y un sonido actual que tiende puentes con el pasado han obrado el milagro.
No son los primeros en mezclar músicas del otro lado del charco como el hip hop, el reggae o el dub –de mucho arraigo en el norte– con canción tradicional euskaldún. Negu Gorriak podría ser una referencia, pero han pasado tres décadas, así que desaparece de la ecuación el hardcore y se suman el trap y el reguetón. No suena todo al mismo tiempo; poseen la destreza para mantener el estilo tocando en cada tema solo los palos necesarios y generando espacio en sus producciones, mérito de Sara Goxua, Suneo, Tulipump o La Joyería. De tal forma que, escuchando las barras de La Neni sobre el ritmo reguetón de “RANCANCAN”, uno no se espera que en breve el Flakofonki vaya a rimar en euskera, cual bertsolari –sobre una austera base y un divertido organillo en “Gazte aruntaren koplak”–, las peripecias de un chaval de barrio que hace su rutina y sus trastadas, con sus luchas, pero sin haber nacido para ser Fidel Castro. Es lo más parecido a un manifiesto sobre la actitud del gang.
En “La gaztea”, Kiliki Frexko canta en castellano y euskera –en casi cada tema las dos lenguas se alternan sin forzar– a ritmo de humeante dub, que en “BARKHATU”, la de los recaditos a Ortega Lara y a Amaia, se imbuye de tensión trap. También de ritmo jamaicano, “31014” –código postal de la Rotxapea– muestra su orgullo por su barrio sin dejar de lado una mirada crítica por aquello que se ha perdido en estos tiempos.
Una de la voces más peculiares de la cuadrilla es la de Ben Yart, no solo por su uso del Auto-Tune, sino también por su forma de modificar los fonemas y su intensidad: en “Mañaneo” en versión desnuda y en el hit “No se k me pasa” sobre un beat de club con peligro donde su colega Kiliki suelta la conocida colleja a Last Tour, empresa propietaria de Oso Polita –su sello discográfico– y del Bilbao BBK Live, festival en el que han actuado como banda y por separado. De morro van sobrados, como también muestra el que incluyan la remezcla techno de Yung Prado de “Ay k emoción” en lugar de la original o una pieza añeja –“Tu ama no tiene la culpa”– de punk “kalimotxero” que poco tiene que ver con su sonido matriz. Mucho más reconocible en el otro tema rescatado de YouTube, “Tabako”, un juguetón dancehall con esos teclados minimalistas a los que tanto juego les sacan.
La sensación que queda al escuchar todo el CD de un tirón es de excitación, frescura y celebración. Más allá de la jeta y el gusto por pisar charcos, esta “txabaleria” tiene un don para hacer música popular, manejando presente y tradición sin actitud sacrosanta, creando atractivos puntos de enganche por los que unirse a su órbita. ∎
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