Aunque a primera vista la música de
Devendra Banhart parece proceder de algún país maravilloso y cruel, existente solo en los cuentos de hadas –algún oculto inframundo, el anillo invisible de Saturno, el último círculo del infierno de Dante...–, la verdad tampoco se queda corta. Con tan solo 21 años, este retorcido
folk singer afirma haber vivido en Texas, Caracas y San Francisco, ocupando
squats y tocando en los peores tugurios. Un buen día Michael Gira (Swans) se le acercó y le propuso editar sus primeros bocetos, un buen puñado de canciones –veintidós, la mayoría de un minuto y medio– generalmente grabadas en radiocasetes destartalados y sumergidas en siseos magnetofónicos. Se le ha comparado desacertadamente con las delicadezas folk de Karen Dalton y Vashti Bunyan (él las cita, pero solo tienen en común el minimalismo y el nomadismo) y muy acertadamente con Marc Bolan en su época Tyrannosaurus Rex (por la voz trémula, la fantasía surrealista y la longitud del título), pero lo cierto es que tenemos ante nosotros el amplio horizonte de toda la música lunática que en el mundo ha sido.
Sus alaridos extemporáneos y sus nanas de pesadilla tanto pueden recordar a los ilustres pacientes Daniel Johnston y John Frusciante como a la larga lista de colgados que hicieron discos de “downer folk” en los sesenta en el desierto de California bajo la influencia de las drogas o de sus propias alucinaciones religiosas, llámense Skip Spence, Maitreya Kali o Bobby Callender; aunque también hacía mucho tiempo que las mujeres no lloraban aceitunas ni pedían dentaduras para orientarse en la oscuridad, quizá desde los tiempos de Incredible String Band, Dr. Strangely Strange y otros muchos valedores del folk psicodélico.
Por lo escuchado en este álbum, Devendra puede ser tan grande como se proponga, un nuevo Roy Harper, un nuevo Marc Bolan, un nuevo Peter Hammill... Yo apuesto por ello. ∎