Cómo se las arregla James Blake para producir música electrónica minimalista donde los ritmos logran transmitir algo parecido a “alma” es uno de los secretos mejor guardados del pop contemporáneo desde hace ya más de una década. El artista londinense vuelve a lanzar destellos de su inmenso talento, o al menos de un oficio muy bien aprendido por méritos propios, con el sexto álbum en estudio de su inmaculado catálogo, séptimo si tenemos en cuenta “Wind Down” (2022), el disco de new age sedante desarrollado junto a la empresa alemana de IA Entel. “Playing Robots Into Heaven” supone una vuelta, en absoluto redonda, a sus raíces post-dubstep.
Los gorgoritos premium de Blake a los que el británico no renuncia por seña de identidad, sumados al resto de efectos vocales –como las voces de pitufo aspirando helio que tanto le gustaban a Raymond Scott, que hubiese disfrutado como tal con “Night Sky”–, en temas que tiran de repertorio estilístico como “I Want You To Know”, pueden erizar los ánimos del más pintado aunque siempre consigan que la percepción de sus temas se aleje de lo convencional. El hipnótico corte inaugural, “Asking To Break”, justifica el recurso al tratarse presumiblemente del diálogo con un robot, pero otros como “Loading”, proclives a la épica sentimental, resultan más tópicos. Aun con la tarea, quizá, de amortiguar el efecto vertiginoso de algunas fases del álbum, escuchada repetidas veces, la pieza acaba convenciendo más allá de cualquier planteamiento de funcionalidad.
Alejándose del R&B, el tema homónimo de “Playing Robots Into Heaven” recuerda a los bellos “logrundr” de Moondog, aquellas extrañas piezas ceremoniales escritas expresamente para órgano por el Vikingo de la Sexta Avenida, y concluye con un sentimiento seudoreligioso el pathos a menudo perturbador de un trabajo que parece jugar con las ideas de extrañeza y separación, y cuya imaginería –pienso en la portada– bebe de “El séptimo sello”, “Cielo sobre Berlín”, “Ex Machina” y el mito de un Sísifo alienado junto a otras almas en pena. El house límpido de “Fall Back”, entre Herbert y Four Tet, remite un poco a esta idea. Es una de las pistas más bailables del disco junto a “Tell Me”. A estas alturas es imposible que todo no recuerde a algo, pero el prestidigitador Blake hace del dubstep rudo de “Big Hammer”, junto a The Ragga Twins, algo delicado con un poco de Morricone en su trallazo final.
Espero haber cuidado las palabras, porque “Fire The Editor” advierte con “tener unas palabras” para el “editor” que quiere “salvarle del fracaso”, siendo algo a lo que el autor se ha “acostumbrado”, pero que “está matando la llama”. Seguro que existe humor en este tema, como lo hay en “He’s Been Wonderful”, donde un coro étnico a lo “Encuentros en la tercera fase” interfiere con las máquinas en su original cortocircuito de influencias –bleep, house, soul, cine, robótica–. Pero es un tono melancólico el que domina este álbum tan rico en imágenes, interpretaciones y finura de sonidos. El disco concluye líricamente, justo antes del mencionado “logrundr”, con “If You Can Hear Me”, corte donde Blake también parece rendir cuentas, esta vez consigo mismo, aun recurriendo a la figura de su padre James Litherland, miembro todavía vivo de la banda de rock progresivo Colosseum. “Playing Robots Into Heaven” muestra a un músico recapitulativo pero relajado, circunspecto pero también divertido, todo viceversa, y, aquí no hay dualidad, absolutamente contemporáneo. ∎
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