De la misma manera que hay discos que esperas simplemente por el placer de escuchar nuevas palabras en la voz de un buen cantante, otros los aguardas por el gozo de encontrar nuevas historias, nuevas rimas, nuevas ideas o nuevos misterios en los textos de un buen letrista. Ay, las letras, esa parte fundamental de una canción en la que cada día se repara menos. En la trayectoria de Manel siempre han sido clave, quizá incluso “La” clave. Las de “Per la bona gent” vuelven a prender esa intriga que busca respuesta al “¿de qué va el nuevo de Manel?”. Pues va de lo taimada y fugaz que es la fama, de las cenizas de un incendio sentimental, de surrealismo canónico (hormigas) o estrambótico (el deseo de un superpoder pringoso) o de cómo ser buenos, que diría Nick Hornby. Todo, por supuesto, interpretado a vuelapluma, porque en una primera impresión el significado de las letras de Guillem Gisbert o Roger Padilla (solo firma una, “Les restes”), como ocurre con todos los grandes letristas, nunca se acaba de completar.

Sucede, claro, que Manel no son un grupo de un solo trazo y la música que engasta sus textos también suele ser digna de espera. Además, suele activarse plenamente en terceras o cuartas escuchas e incluso da pie a la misma pregunta que las letras: “¿De qué va el nuevo de Manel?”. Tres años después de “Jo competeixo” (2016), repitiendo productor (Jake Aron) y autoeditándose por primera vez en su propio sello (Ceràmiques Guzmán), “Per la bona gent” es un disco esponja que absorbe sonidos de su alrededor, como siempre ha hecho el pop, o al menos el pop curioso y con ambiciones de contemporaneidad.