Finales de los noventa. Entre el final del grunge y el advenimiento del nuevo siglo, con sus consiguientes revoluciones (internet, el mp3, el final de la industria musical tal y como se conocía, el revival del rock, los móviles, las redes sociales, el 11-S…), un puñado de bandas estadounidenses trataron de ponerle banda sonora a la ansiedad colectiva que se vivía en aquel momento. Propuestas tan diferentes como The Flaming Lips, Mercury Rev o Grandaddy –por citar algunos– pulsaban el estado de ansiedad colectivo desde la perspectiva del outcast.
De todos ellos, el proyecto de Jason Lytle era quizá el más idiosincrático y el más preocupado en encapsular ese momento un poco “tierra de nadie” entre un mundo que se acababa y otro que no había terminado de nacer. Rápidamente se les adjudicó el sambenito de “los Radiohead yanquis”. Etiqueta que, como tantas otras, no solo fue injusta sino que quizá pesó demasiado en la exigencia de una formación siempre al borde de la disfuncionalidad.
En todo caso, la historia de Lytle es curiosa. Creció en Modesto, una pequeña ciudad del norte de California un poco en medio de la nada: cerca de los parques nacionales de la sierra californiana y, a la vez, conocida por sus altos niveles de contaminación. Lytle le daba al monopatín de manera amateur, pero una lesión le impidió perseguir más en serio esa carrera. Eso le sirvió, casualmente, para redescubrir la guitarra y hacerse con secuenciadores y otros cacharritos electrónicos. Tras una serie de EPs autoeditados, establecida la formación con el bajista Kevin Garcia y el percusionista Aaron Burtch, en 1997 por fin se publicó su primer disco oficial, “Under The Western Freeway”. Las coordenadas vitales de la formación ya estaban: melodías de trémula belleza, la voz aguda claramente inspirada en Neil Young de Lytle y la mezcla de guitarras y sonidos extraños, protodigitales, creando una psicodelia extraña de andar por casa. Todo quedaba todavía algo tosco, poco refinado.
La siguiente obra, “The Software Slump” (2000), pulía cualquier tipo de defecto y presentaba un sonido cristalino que arropaba canciones gigantes. Triunfo absoluto y disco icónico de ese cambio de siglo. El álbum conectaba el mito crepuscular del Oeste americano con el mito, inmediatamente crepuscular también, de la revolución digital. Como un Laurel Canyon trasplantado al Efecto 2000 e impregnado de una profunda tristeza. De ahí, el siguiente paso fue “Sumday” (2003), el trabajo que nos ocupa y que es fruto de una completa reedición, esta “Sumday Twunny” que incluye el disco original remasterizado, otro volumen de rarezas y las demos originales en cuatro pistas.
Empecemos por el disco en sí, con “Sumday”. Lo primero que llama la atención es que no ha envejecido en absoluto, casi lo contrario. Frente a “The Software Slump” suena más luminoso, menos triste. Hay un punto vibrante que Grandaddy nunca tuvo en su carrera de esta manera. Y luego, claro, están las canciones. Más concisas y concretas, que era lo que pretendía la banda. Misión cumplida. “Now It’s On” es sencillamente indie rock de raigambre norteamericana llevado a la perfección. El futuro digital distópico de androides y astronautas perdidos daba paso a una nueva autoconfianza que sonaba (y suena) refrescante. “I’m On Standy” es otra maravilla, con ese punto de melancolía extrema tan de la banda. “The Go In The Go-For-It”, “El Caminos In The West” o “The Group That Couldn’t Say” laten con la necesidad de escapar, de reconectar con la naturaleza. Una sensación presciente de tratar de vivir la vida en directo y no a través de una pantalla.
Las canciones ya estaban prácticamente tal cual en el disco de demos, titulado “Sumday: The Cassette Demos”, demostrando que la visión de Jason estaba perfectamente ajustada y que en su momento de gloria compositiva no había necesidad de reescritura, ni de demasiado trabajo en el local de ensayo más allá de limar impurezas. A la vez, se denota un cansancio de la vida en la carretera y de la propia industria que adelantaba también una separación que no tardó demasiado en llegar. La cara B del disco suena un poco menos jovial, con esos tiempos medios marca de la casa que tan bien se le daban. Es el caso de “Yeah Is What We Had, Saddest Vacant Lot In All the World” (realmente preciosa) u “OK With My Decay”, una pequeña suite de varias partes que es donde más conectan con Radiohead, esa comparación injusta.
Acompañando al elepé y a las demos está también un vinilo de rarezas que es quizá lo más interesante de la reedición, más allá de poner en valor a una banda que desde luego lo merece con creces. Los fans acérrimos ya conocerán algunas de las piezas incluidas en esta entrega titulada “Sumday: Excess Bagagge”, pero, para la mayoría, es casi tener un disco nuevo. No llega al nivel del disco oficial y es un tanto desigual, pero sí hay canciones a la altura. Es el caso de la encantadora “Derek Spears”, la no menos emocionante “The Town Where I’m Living Now” (esas palmas más sintetizadores del estribillo, pelos de punta). “Build A Box”, pese a su tratamiento lo-fi –o quizá por eso– es irresistible y “Emit Anymore” presenta una brutal honestidad de Lytle al piano que es magia pura. (Re)descubrir a Grandaddy es más que un placer. ∎
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