Quien ha bicheado a Mexican Institute Of Sound, sabe que este experimento sonoro se caracteriza por un ininterrumpido homenaje a sonidos y estilos mexicanos de funk, cumbia, rock y electrónica. Será consciente, por tanto, del contundente porrazo mariachi en el oído repartido por Camilo Lara. Una salsa musical que, muy modernamente, puede tildarse de género fluido.
Ahora, para los despistados, para quienes no le regalan rostro ni apelativo, sepan que Camilo ha asaltado sus tímpanos, cual Malinche vengativa, muchas veces. Son muy variados los garfios que I.M.S ha podido invocar con el fin de escurrirse en sus orejas… ¿Han visto la serie “Californication”? Camilo sonó allí. ¿Han jugado al “FIFA 08”? ¿Al 10? Camilo sonó allí. ¿Al “Grand Theft Auto V”? Sí, Camiló sonó allí. ¿Han visto la película “Coco”? Oh, sí, Camilo sonó allí –y hasta hizo un cameo– con su fantástico temazo “Jálale”, parte de la banda sonora de la cinta.
Y hablando de “Jálale”, esta canción, originalmente presentada al mundo en el disco “Soy sauce” (Mico-Nacional-El Volcán Música, 2009), es parte en su actualizada versión sin versos de lo último de Instituto Mexicano del Sonido; un recopilatorio que celebra los veinte años del proyecto. Bajo el título “Algo-Ritmo. Hits 2004 * 2024” (Soy Sauce-El Volcán Música, 2024), Camilo hace un repaso de los grandes temas de su trayectoria, a los que suma dos nuevos: “Stop!”, con Ceci Bastida, y “Bolero”, con Foudeqush y Esteman.
La portada del vinilo es una digna metáfora de la naturaleza de este disco. En ella, la cabeza de Camilo es descubierta como si se tratara de una ruina olmeca en mitad de la selva. En la contraportada, esa misma cabeza se exhibe en la Quinta Avenida. La figura literaria está, claramente, ligada a la arqueología. A desempolvar el arte pasado como una forma de reconocimiento de su importancia en el éxito del arte presente. Un homenaje a la belleza del recuerdo, que se observa con nuevas lentes. Las canciones son iguales tantos años después, pero no las vemos de la misma forma.
El toque Instituto Mexicano del Sonido se ha adaptado, ha mutado y flirteado con el paso del tiempo, pero, echando la vista atrás, cabe admitir que Camilo sigue estando en la onda. Quizá porque cuando empezó no lo estaba del todo, y el futuro, vaya, le ha dado la razón.
Dices que tu mezcla está preparada de forma tosca, como con tijeras de zurdo. ¿Por qué?
Tiene que ver mucho con cómo aprendí a hacer música. Cuando empecé a utilizar los programas no utilizaba el grid, no utilizaba las métricas de tempo... Y medía todo con los dedos en la pantalla. Entonces los samples se volvían bastante elásticos. A veces eran más largos, a veces más cortos. Y me pareció que eso le daba humanidad. Algo un poco más orgánico. Y desde esas épocas hasta ahora he tratado que tengan un pedazo de humanidad. Yo prefiero hacer cosas analógicas.
¿Eres un hombre analógico en un mundo digital?
Sí, mucho. Tengo un laboratorio de sintes en el que procuro hacer lo más posible ahí. Porque te da errores. Y los errores funcionan luego increíble. A lo mejor, precisamente, lo que hace algunas canciones y alguna música más interesante son los errores. Que a lo mejor son un fallo y de repente descubres un nuevo tipo de sonido. Y ya no los puedes volver a recuperar jamás.
En tus temas siempre he visto que van de la mano un claro sentido del humor y una cierta crítica social. ¿Es antagónico el humor y la crítica social?
No. Basta con ver “Los Simpson”. Todo está en “Los Simpson” (ríe). Es importante unirlos porque parece que los grupos regañones caen mal, ¿no? Los grupos que tenían este aura como de que consumirlos te hace bien, cuando no es cierto. O sea, me caen mejor los que son políticamente incorrectos que los que son concienciadores.
Pienso en Rage Against The Machine. Aunque me encanta su sonido, me da sueño su discurso maniqueo. Y me gustan grupos que tal vez sí tengan conciencia, porque quemarían un millón de libras por hacer lo suyo, con una ética política clara pero que no van cargando todo sobre lo que está bien y lo que está mal. Son los que no te imponen un Pepito Grillo.
¿Cómo crees que ha evolucionado la música en México desde que tú empezaste? Y no te hablo de un género concreto porque en estos veinte años hablar de ti es hablar de cumbia, es hablar de funk, jazz, rock...
El asunto de la música popular tomó otra forma. Y siento que hay muchos campos de música que están pasando muy emocionantes. Están los ruidistas, como Mabe Fratti o como Concepción Huerta. Hay muchas bandas de rock experimental, como Diles Que No Me Maten.
¿Como la obra de Juan Rulfo?
¡Exacto! En el norte están los tumbados, muy buenos. En el D.F. (se refiere a Ciudad de México) lo que está asomando es el bellaqueo, que creo va a ser la siguiente gran cosa. Es un extraño cruce entre el reguetón y la cumbia, y ahí hay una escena que está arrasando, como El Malilla. Gente que viene de los cinturones de la ciudad. Por otro lado, están Silvana Estrada y los folcloristas, que están haciendo cosas interesantísimas. En fin, siento que este es el mejor momento, desde los años cuarenta, de la música popular mexicana. Hay cracks en muchos frentes.
Curioso, ahora que parece que vivimos como en una especie de apocalipsis ininterrumpido tú destacas una esperanza dentro de la música.
Hay un increíble panorama de artistas que están haciendo cosas emocionantes.
¿Crees que, al final, con tu carrera, has logrado conseguir ese barrio musical de toda América?
No creo que lo consiga nunca, porque no solo cambió el mundo, yo también. Los dos. Pero sí creo que el mundo se fue ablandando. Y lo que parecía muy difícil, cosas que eran tremendamente de barrio y muy “básicas”, hoy tienen sentido. El purismo se está deshaciendo, y eso es muy sano para la creatividad musical.
¿Hay algún estilo que no tragues?
No, me gusta toda la música. He hecho música desde todos los géneros que hemos comentado, hasta con los jamaiquinos. Con Lee “Scratch” Perry o con Toots And The Maytals.
Y has producido a Norah Jones, ojo.
Sí, claro, aunque pensándolo sí puede haber cosas que me dan más pereza. Pero antes que géneros son representantes concretos. Y, vale, también esta franja gris de artistas que son de internet y que no tienen una idea propia.
Nacidos y enterrados en internet, ¿no?
Exacto. Y luego los ves y se nota que no saben. Que jamás tocaron antes en directo y que, de pronto, se enfrentan a un público grande y exigente. Un músico no se hace solo tocando un instrumento. Es todo el proceso de crearte, de lucharlo, de pelear, de fallar mucho y mantenerse firme. Mis músicos favoritos generalmente no son buenos músicos, pero tienen una idea propia, una genialidad particular.
¿Has encontrado la salsa secreta del éxito musical?
Dios, no, no…
¿Crees que hay suerte además de constancia en todo esto?
Yo sí creo que la música es un oficio y tienes que hacer un montón de música para tener música exitosa. Es como hacer zapatos. Sí, existen momentos de inspiración y de suerte, pero la forma es muy importante. Hacer mucho, ¡mucha música!, para poder entender cuál es tu dirección.
¿Crees que el artista nace o se hace? Quiero decir, si es verdad que también hay una especie de talento innato.
Claro, cien por cien. Hay gente que “mona se queda”, ¿sabes? Por mucho que se esfuerce, no les da. No creo que todo el mundo sea artista. Sí, creo que hay gente que tiene ventajas divinas…
¿Nos metemos en temas metafísicos, Camilo? ¿Crees en Dios?
No. Nada, cero. Pero en las cosas divinas de gente que está tocada o, mejor dicho, iluminada, sí. Absolutamente. Hay personas que tienen una sensibilidad mucho más grande. ¿Y sabes qué? Creo que después de trabajar con un montón de artistas puedo decir que hay sabores. Matices propios. Hace nada estuve grabando con Beck y había varias canciones instrumentales a las que había que meter voz. Podían ser de cualquiera, pero cuando Beck metió la voz se hicieron totalmente suyas. Todo se oyó diferente.
Echando la vista atrás, ¿cambiarías algo? ¿Te arrepientes de algo?
Sí, caray. Me hubiera encantado aprender a tocar la guitarra, pero era zurdo… Bueno, zurdo y disléxico… Todo en contra (ríe). Aprendí muy tarde a tocar instrumentos y lo hice un poco atropelladamente. Aunque, bueno, tampoco lo cambiaría. No. No. La respuesta es no. Me quedé pensando en “¿para qué quiero tocar la guitarra?”. Me cuesta creer que haya que arrepentirse. Lo que es, es. No tendría el lugar que me corresponde ahora sin todo lo vivido, lo errado y lo acertado. Hoy estoy feliz y no aspiro a más. Es lo que he hecho en mi carrera. Me gusta, me siento cómodo.
¿Por qué esas dos canciones nuevas dentro del recopilatorio?
Bueno, hay una que se llama “Stop!” que es con Ceci Bastida. Una cumbia rebajada. Está inspirada en Os Mutantes, es un fuzz que hace chatarra el sonido y luego tiene un delay, unos ecos, y por eso suena así. Está un poquito bajada de tempo. El disco se llama “Algo-Ritmo”, porque algunas tienen ritmo y otras no.
¡Ah, yo pensaba que era por el algoritmo en el sentido digital!
Bueno, también es un poco un juego de palabras.
Has contado que en uno de tus primeros shows casi te hiciste sangre, mientras conseguiste que todo el público hiciera una megaconga gigante. Tienes buenas historias de tus directos. ¿Alguna otra épica?
La primera vez que fui a Colombia y nos subimos a tocar, sentí que el piso estaba muy flojo. Le dije a la banda que lo mejor era evitar saltar, porque el escenario se iba a ir al pedo, pero se me pasó decírselo al bajista. Y, cuando saltó, se reventó e incluso rompió el bajo. Aun así, seguimos tocando… (ríe). En ese mismo bolo yo tenía unas cervezas, pero no tomo cerveza, así que cuando alguien del público me pidió una lata se la lancé muy gentilmente. Pero se me escurrió y le abrí la cabeza del latazo… El tipo fue al hospital y regresó para la última canción con una venda sangrante en la cabeza… (ríe). Y ese show fue muy chistoso. Un poco desastre, claro, pero había solo unas cincuenta personas. Ahora cada vez que voy a Colombia me dicen “¡yo estuve en aquel show!” muy emocionados. Porque al siguiente que hicimos allí ya había cuatrocientas personas. Querían ver cómo destruíamos el escenario otra vez.
¿En algún momento te dices “pues a lo mejor me gustaría hacer esto en un concierto”? Sabe Dios, no sé, ¿ponerte unas alas de hada y volar?
No tan ambicioso, pero acabo de empezar a girar con esto. Toqué en el festival Vive Latino, en México. Me tocó cerrar y fue un concierto superemocionante. Y sí, lo que te voy a contar es muy aburrido porque no hay motos volando, pero me alucinó tocar las canciones que nunca había tocado. Es humilde, pero fantástico.
¿Piensas colgar los cascos algún día o morirás con los platillos puestos?
Pues... el problema de tener un nombre como el de Instituto Mexicano del Sonido es que soy yo. Si cuelgo los cascos, es porque los puse en la tumba. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.