“Pero, bueno, Tito, ¿se puede saber qué cojones has hecho?”. Descorchar el champán de una entrevista con semejante aseveración es poco profesional. Lo sé. No es tarea del juntaletras romper el cascarón uterino de una charla profesional con alegatos tan deterministas… Y, además, ahora que lo releo, entiendo que pueda causar confusión. No se sabe muy bien si ese “¿qué cojones has hecho?” va a malas o a buenas.
Lo diré de forma sencilla… Con Tito Ramírez delante, tras un chupito de Cutty Shark y un buen trago a mi pinta en el Beer Garden de Madrid, despaché esas palabras con tremenda sonrisa en los labios. Es lo que hay, chicas y chicos, no queda otra… Cuatro puñeteros días escuchando “El Prince” (El Volcán Música-Discos Antifaz, 2023), el nuevo trabajo largo –tras “The King Of Mambo” (El Volcán Música-Discos Antifaz, 2019)– del bigotito andante andaluz que tenía enfrente, y no me había cansado de él. Qué leches, ¡cada vez lo escuchaba con más ganas!
Vamos a dejarlo claro de una vez por todas. No debería ser tan pasional, es cierto… Pero te convido, sí, a ti escoria lectora, a tragarte álbumes de mocosos lloricas y pandillas de cautelosas oficinistas mod a las que tienes que escuchar soltar prenda de sus retrasos musicales como si hubiesen encontrado la alquimia del oro. Te invito a sentarte cara a cara con ellos, después de haberte limpiado la sangre de los oídos durante un par de días, soñando con que algún disco nuevo te caiga del cielo tramitando un visado a estados menos sádicos con tu sentido del gusto. Puedo asegurarte, con la mano en los cojones, que de ser así tú también vivirías con exceso de ilusión la llegada de alguien que patee los culos con un estilo personal y rico en matices.
Al ajo. Desvestida ya la impresión personal más subjetiva, vayamos a cosas concretas: “El Prince”. Este es un álbum que manda a tomar viento la expresión “quien mucho abarca poco aprieta”. Tito Ramírez le ha metido caña a más estilos que potenciadores de sabor llevan esas suelas de zapato que en McDonald’s llaman hamburguesas. Y quizá parezca muy sencillo embutir la Thermomix con un pastiche de ritmos en dirección a que cualquiera pueda escoger una sobremesa a su gusto, pero no… Avivar un ambiente de claridad positiva y tácita heterogeneidad es tan difícil como organizarse correctamente en una orgía. Teniendo en cuenta, además, que la industria musical está erguida en un exagerado peloteo a las modas y hacer dogma de la honestidad con esos viejos sonidos a los que les reza Tito es, como mínimo, prueba de buen gusto. Casi de elegancia.
Lo que ocurre es que, mientras un martes cualquiera los chavalines de tatuajes faciales con chándal, pero elegantes, se preparaban en el Teatro Barceló para un concierto de cumbia villera, a pocas manzanas estaba a punto de empezar la conversación con Tito. Minutos después de escuchar “El Prince”, tema que da nombre al disco, con el que me sentí brevemente impulsado a bailar algo parecido al “Banana Song”, de Harry Belafonte, acojonado porque pudiera asomar el morro Bitelchus, me encontré frente a un tipo de corte simpático, agradecido por mi presencia pero sin humildades chorras, que gustó de pedir una birra artesana… Ahí podía haberse jodido. Pero Tito lo hizo sin esa modorra sabelotodo de los neoyuppies cerveceros que no saben callarse que la carbonara va sin nata. Así que todo bien.
¿Me esperaba a alguien más… excéntrico? ¿Más… marciano? Sí. Vistas las pintas de aleación entre Pierre Nodoyuna y un malo del Batman de Adam West que luce en la portada de su disco, imaginé un gachó que va con capa por la calle. Nada más lejos. Podía pasar perfectamente por uno de los asistentes a ese concierto de cumbia villera o por un profesional distribuidor de porros. “Oye, Tito, ¿esas pintas?”, le pregunté cariñosamente. “Te imaginaba más como una versión friki del Capitán Alatriste”. El músico, con sonrisa de tango, respondió: “Es que así es como ando yo normalmente de diario. Intento pasar a veces desapercibido, como hoy, para no andar con la capa y la corte detrás que me va tirando rosas… Que están empeñados, y eso que les digo que se estén quietos, que la gente me va mirando demasiado. Pero, realmente, así es como voy por mi jardín. Hoy me he puesto de paisano”. Sin poder aferrarme a la seriedad, le afirmé a Tito entre risas que, entonces, era como Superman: su verdadero yo está en el disfraz. El soulbrother confirmó quedamente con un guiño. “Creo”, remató, “que hay que disfrazarse cuanto uno quiera si eso lo lleva a sentirse como es”.
Va de cajón que es un personaje entrañable. Raro. Ya solo sus ganas de mezclar rock’n’roll con ritmos latinos es una asimilación desfasada hoy día. “Yo no me he inventado nada. Eso por descontado”, dijo. “El rock’n’roll y los ritmos latinos se han tocado desde siempre. El mismo Ray Charles, precursor del rhythm’n’blues, gran parte del ritmo lo basaba en la percusión latina. Luego véase en los setenta Santana. Lo cierto es que a mí me gusta la música de los sesenta y en ella estoy. ¡Ojo! Sin que eso quiera decir que esté en la liga antireguetón. Me gusta el reguetón o el dembow, pero me veo más influenciado por los cincuenta y sesenta. Me inspiran la psicodelia, el garage, el rhythm’n’blues, el bugalú, el chachachá, y dejo que todo eso aflore en las canciones sin ponerle vallas al campo. Dejando que las vacas pasten”.
“Así que”, intervine con sorna, “¿la culpa fue del chachachá?”. Tito, con sana solemnidad, respondió. “No, la culpa fue del bugalú…”. Y yo pensé que ese estribillo me hubiera molado incluso más. Estaba claro que Tito había bebido de los diamantes negros, como James Brown, pero cuando le tiré de la lengua su primer nombre fue Pérez Prado. El conocido como “Rey del Mambo” cayó en las manos de un Tito chico y se atrincheró en su cabeza sobreviviendo a toda ventisca musical que azotara sus sentidos. “A pesar de la amalgama que tengo detrás”, aclaró, como si un resorte empujara su lengua, “intento crear un sonido propio y reconocible. No puedes competir con un James Brown o un Pérez Prado, así que lo suyo es hacer una marca personal. De ahí que mezcle tantos estilos y que haga ese sonido, en ocasiones denso, que parece que el mundo se va a acabar, con esas letras de las que a veces no se sabe muy bien de qué hablan. Intento que mi estilo sea por momentos oscuro y misterioso, para ser más único”.
Las declaraciones de Ramírez me recordaron a ese aforismo nietzscheano: “Quien sabe que es profundo se esfuerza por ser transparente; quien quiere parecer profundo a los ojos de la multitud se esfuerza en ser oscuro”. Presentí que algo de poso cafetero, no obstante, reposaba en el fondo de mi entrevistado, pero igualmente un placer por la efervescencia de los cuerpos en los saludables magreos con el movimiento. Porque Tito y “El Prince” cumplen sobradamente con la misión de disparar las caderas y azotar la salida de gruñidos preverbales envolviendo miradas en éxtasis jovial y lujurioso. Jodeos a porrillo, sí, a eso huele el álbum de Tito, a gustosos graznidos vomitados al por mayor. Cosa que él confirma: “El noventa y cinco por ciento de lo que hago es para ser bailado. La música que a mí me gusta es la música de baile. Aunque, también te digo, cada música tiene su baile. El punk tiene su baile, tanto como lo tiene el hardcore, aunque sean movimientos agresivos y desacompasados”.
De hecho, Tito tenía aspecto de haber vomitado petróleo alguna vez en el baño de una casa okupada durante un concierto de un grupo con nombre tipo Prepucios Furiosos o Zorras Sangrantes. Me quedó claro que hay un ser que le corretea por dentro, como confirma su canción “Diablo”, y cuando le pregunté a qué demonio se refería, respondió: “Hablo de ese diablillo que todos tenemos y que suele salir un fin de semana por la noche. Es ese diablo que te pone como un miura y hace que tengas que advertir a tus amigos de que esa velada te van a tener que sujetar”. Y no me extraña que lo advierta con una canción, porque yo apostaría a que temas como “Pal barrio”, “Poder de amor” o “Do, Don’t” harán bailar como diablos-fieras por un campo a los oyentes. De sus directos más de uno se pondrá “As bestas” y Sorogoyen va a tener que darse un voltio por el garito a hacer calceta peliculera con el acontecimiento. Hasta un niño-gótico o niña-trap se rendiría a la hoguera del ritmo, zumbando como un cable eléctrico pelado por mitad de la pista.
Pero no todo es tan obvio en “El Prince”. Hay canciones a doble velocidad, más bien a contravelocidad. Como un carril bici bidireccional. En concreto “Alma sicodélica (Psychedelic Soul)”, que descarga el clamor de esas veces en que “recordamos que queríamos olvidar algo” o nos vemos “bajando cuando alguien está de subidón”. “Con esta canción sucede que la discográfica me presionó para que hiciera un sonido psicodélico y otro soul, porque decían que eran los que mejor funcionaban. Entonces decidí hacer un ‘mix’ de los dos y de ahí sale ‘Psychedelic Soul-Alma Sicodélica’. Todo lo que rodea a la canción, incluida la letra, es solo una excusa”. La conclusión es que, aunque realmente ni bidireccional ni pollas, sea como fuere, Tito consiguió contentar y, de paso, parir un buen tema.
Afirmó el Duque Mostacho, al interrogarlo sobre otras posibles referencias en sus canciones, que todo sale de su universo. Que aparte de las ya citadas personalidades, nada de nada. ¡Salvo un enigma! Un acertijo que tiene menos desafío que un debate cultural con un tronista: “Piensa, el disco se llama ‘El Prince’ y hay una canción que tiene por título ‘Lluvia púrpura’. Adivina…”. Y, en fin, supongo que podría decirse que morado-negro y en botella.
Como colofón, pregunté al sandunguero mayor del reino por sus inquietudes, flaquezas e idiosincrasias. Con el tanque lleno de humildad, Tito respondió: “Creo que carezco de los suficientes conocimientos musicales para enfrentarme a los fregados en los que me meto. A veces me pienso un poco como Benny Moré, que no tenía una formación musical reglada, pero sí el suficiente olfato para cantarle a su orquesta lo que quería, y funcionaba. Pues es un poco lo que yo hago. Ahora bien, llevo años trabajando en el arte de hacer canciones y cada vez me salen mejor…”. ¡Y di que sí, hostia, que el amor propio no pare!: “Y, como rareza, te diré que a las grabaciones me llevo toda la santería. Mis virgencitas, mis diablitos e invoco al cielo y al infierno para que me ayuden y yo mantenga el equilibrio entre los dos”.
Sinceramente, de cualquiera me hubiera podido extrañar, pero confieso que de Tito esperaba que apareciera con una cabeza de gallo negro colgando del cuello. Así que, grosso modo, él, con sus virgencitas y diablitos, me parece todo bien. Y ahora, dicho esto, ponte “El Prince” y… ¡a bailar! O déjate caer por sus próximos conciertos. En abril tocará en Barcelona (21), el festival Gijón Sound de Gijón (23), Guadalajara (29) y el festival Warm Up de Murcia (30). En mayo pasará por Estepona (4), Ceuta (5), Córdoba (6), Logroño (19) y Tafalla (20). Y en junio actuará en Amposta (3) y el festival Candil Rock de Almería (24). ∎
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