Por Ricardo Aldarondo→
21. 03. 2025
Con la sinopsis de “Misericordia” (2024; se estrena hoy) se podrían hacer unas cuantas formas de thriller convencional, milimetrado, con los ganchos pertinentes del género. Ocultamiento de un crimen, investigación en una pequeña comunidad y progresiva revelación de los lazos en el pasado de los distintos implicados. Pero nunca puede ser así cuando está detrás el nombre de Alain Guiraudie, ese director que introduce aguda y sibilinamente otros elementos, como la desvergüenza en el mejor sentido, el desconcierto muy bien medido, la comedia encubierta y una ambigüedad moral que es el territorio de las verdaderas pesquisas en su cine. También una forma entre gozosa y retorcida de una atracción sexual más o menos enmascarada que de pronto puede revelarse a lo bruto, sin perder la gracia.
Todo eso y más va surgiendo en esta historia que parte del regreso a su pueblo natal de un hombre, Jérémie, que va a asistir al funeral de su antiguo jefe, y padre del que fue, aparentemente, su amigo. Las relaciones que se van descubriendo entre el protagonista y la familia, ese rencuentro con los escenarios de infancia y adolescencia que esconden más misterio que nostalgia, un asesinato, el cura que se inmiscuye de modo insospechado, la viuda que no es lo que parece… El aparente thriller revienta sus costuras por los sitios más inesperados, como la placidez paisajística de “El desconocido del lago” (2013) revelaba a plena luz del día rasgos insólitos de deseo y perversión dislocados.
La reverencia a Claude Chabrol es evidente, tanto en el naturalismo rural como en la sorna, y por ahí “Misericordia” –que ganó la Espiga de Oro en la SEMINCI de Valladolid– entronca en esta temporada con la también excelente “Cuando cae el otoño” (2024) de François Ozon, y la dualidad con derivas insólitas de Guiraudie es capaz de combinar el rigor espartano de Robert Bresson con el atrevimiento de llevar al espectador a sensaciones tan incómodas como regocijantes, mientras intenta aprehender las reglas de juego del cineasta, siempre entre lo reconocible y lo inesperado, abierto a lo disparatado.
El comienzo podría tener incluso algo de wéstern en ese regreso solitario de quien fue parte de la comunidad y está por ver cómo será recibido. Y cómo se desarrollará el juego de intereses de unos sobre otros, de afectos y deseos de venganza, a veces conjugados en la misma persona. La observación de comportamientos tan querida por Guiraudie no tiene la misión de resolver misterios, sino de asombrarse por lo inexplicable, especialmente en el entorno de lo cotidiano y lo familiar.
Los paisajes de la naturaleza, los caminos y el bosque forman una especie de territorio a explorar constantemente, un espacio en el que los personajes se cruzan o encuentran de manera inesperada, en el que los sentimientos y reacciones afectivas o airadas brotan repentinamente. Es el mapa abrupto de Guiraudie en el que nada está marcado de antemano. Jérémie con su apariencia tranquila y desinteresada, como de paso en un punto de su vida en el que tiene que decidir qué hacer mientras deambula por casas y senderos, es el cruce de muchos deseos y enamoramientos, en el pasado y el presente, y de un carácter perturbador que va impregnando todo. Y a través de él, y de todo lo que puede provocar en los demás, Guiraudie despliega todas las contradicciones morales, a partir de las reacciones de los personajes que a veces ni ellos mismos entienden. La naturaleza humana en sus recovecos más inexplorados. ∎
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