Después de haberse sacado de la manga un trabajo notable como “Fiesta nacional” (2021), Morreo prosiguen su camino con “Alegría”. Estamos ante un álbum que desprende atemporalidad por los cuatro costados, un pequeño milagro con el que han dado un estruendoso golpe sobre la mesa para asentarse en una órbita muy especial: la correspondiente a la fiesta sesentera del verano ibérico sin fin. De hecho, es como si el dúo andaluz hubiera sido apresado en dicho universo para el resto de los tiempos, pero con matices: esfuerzo encomiable por encontrar la sencillez a través de una labor concienzuda de producción multicolor.
Así, un chute italo disco sinuoso como “Mambo” sirve como arranque ideal para confirmar el concepto desinhibido que desprende este LP en todo momento. Esos pespuntes de chanson francesa sobrevolando, esa letra cortada bajo los patrones de un Barry Manilow de barrio. Todo lo que irradia “Alegría” a lo largo de su casi media hora de duración es una invitación a escapar de la carga trascendental bajo la que suelen estar fraguados los discos conceptuales de hoy en día. A ello también ayuda la colección de estilos cocinados para la ocasión, con una aproximación sin medias tintas a ritmos salseros y tropicalistas. Dicho así, podría parecer que su ampliación del campo de batalla responde a los cánones habituales que suelen surgir en acciones de este tipo: dejando por el camino una porción de la personalidad de quien lo hace desde el frente pop. Pero con Morreo estas circunstancias no se dan. De hecho, joyas como “Los turistas” (con Adiós Amores) demuestran que su hábitat natural es este, precisamente. Al menos, por ahora. Uno en el que son capaces de arrimar a Soleá Morente a su terreno en “Panquesito” y sacarse de la manga una rumba-pop de dibujos animados en modo dueto que podría pertenecer a la primera etapa de La Casa Azul.
El arrojo aflamencado también hace acto de presencia en “Sol y sombra”, juguete de altos vuelos que, incluso, podría recordar a una versión de los The Cure de “The Blood”, aunque dentro de un contexto mucho más juguetón y divertido. En temas como este es donde se aprecia la naturalidad con la que Morreo hacen gala de la cacharrería analógica para convertir la música en una invitación sin filtros al desenfreno más cañí. Esta dinámica se hace presente en todo momento, con ejemplos como el funk hiperlírico de “La higuera”, con la que también parecen estar buscando de forma inherente esa canción del verano a la que optan cualquiera de los diez juguetes aquí presentes. Porque esto es música popular en el sentido más amplio de la palabra.
Estas son canciones que se cuelan por nuestros oídos con facilidad pasmosa, con un uso obsesivo del detalle, escondido tras el latido incorregible de un disco que dignifica (una vez más) la herencia de Las Grecas, Los Chichos, el Joe Crepúsculo más arrabalero e, incluso, a Raffaella Carrà y Georgie Dann. Sin duda, chupitos de desenfado muy serios con un gran equilibrio entre ambición y resultados. Poca broma. ∎
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