Libro

Javier Montes

La radio puestaAnagrama, 2024

06. 03. 2024

El escritor, ensayista y crítico literario y de arte Javier Montes (Madrid, 1976) se ha permitido un bonito homenaje. Como buen fan de la radio, ha querido reivindicar la importancia sentimental de un medio de comunicación que, a pesar de inventos tecnológicos más modernos –que han ido tomando su relevo como fuentes de información y entretenimiento–, sigue latiendo con la fortaleza de lo mágico al compás de unas coordenadas muy particulares. Resumidas en su pura esencia, se asientan en un cierto enamoramiento tácito entre individuos solitarios que emiten, locutores, e individuos solitarios que escuchan, oyentes.

Se nos informa en “La radio puesta” que, “según la ONU, en 2022, la radio analógica o terrestre era el medio de comunicación más extendido del planeta, capaz de llegar a cinco mil millones de personas y con tres mil millones de oyentes habituales (sin contar con los oyentes de radio digital). La idea de su declive simplemente no se corresponde con la realidad…”. Pero –insisto con una cosa importante, yo diría que trascendental– aunque las audiencias puedan ser enormes, millonarias incluso en las grandes cadenas, se tiende a oír la radio en soledad, como amistoso acompañamiento de nuestras actividades diarias o nocturnas cuando nuestros rígidos horarios nos lo permiten. Hay un componente soñador en ese ritual aparentemente antiguo de “poner la radio”, aparato-casi-ente que ilustra, informa, divierte y alegra la rutina de tareas unipersonales sistemáticas, y provee de una banda sonora que fideliza a oyentes anónimos dentro de una gran red de oyentes múltiples. De hecho, el reciente éxito del boom de los pódcast corrobora esta particularidad de la escucha individual con el foco puesto en un espíritu colectivo –invisible e imaginario– que reafirma una cierta universalidad etérea.

La radio continúa fiel a una propuesta sin secretos: músicas y palabras que vuelan gratis –no hay nada más popular– con un mensaje que espera ser recepcionado para deleite o confort, o para conocimiento y reflexión. En este librito-ensayo, por formato y páginas, de la colección Nuevos Cuadernos Anagrama, Javier Montes se descubre como oyente asiduo desde la preparación del primer café de la mañana, generalmente de emisoras de música clásica y, a partir de ahí, repasa la relación con el medio desde un prisma personal sazonado de referencias cultas que ejemplifican el papel decisivo que ha jugado la radio a través de la historia, pero sin petulancias ni pretensiones de categorizar, sino más bien como foco de resonancia de algo que, sin hacer ruido, nos vela y nos arropa desde la discreción sin –paradójicamente– alzar la voz, sin competir con otras plataformas de comunicación más contemporáneas (es significativa la sentencia del escritor y periodista Alistair Cooke situada estratégicamente antes del inicio del texto: “Prefiero la radio a las pantallas. Las imágenes son mejores”).

Simplemente, se deja acompañar por las ondas para ilustrar la anécdota real de un ruiseñor cantando posado en el balcón de su casa mientras suena accidentalmente “La canción del ruiseñor”, poema sinfónico de Stravinski, en Radio Clásica. Y desde ahí defiende románticamente el poder de las originalmente llamadas ondas hertzianas para, a través de frases u obras de Tom Zé, Jean d’Ormesson, Woody Allen, Jean Cocteau, Guillaume Apollinaire, Primo Levi, André Breton, Brian Eno, Walter Benjamin, Marianne Moore, Teju Cole, On Kawara, Finn Murphy o Ana Frank, entre otras referencias citadas de pasada, subrayar el hecho incontestable de que la historia del siglo XX no se entendería sin la radio como muleta a la que agarrarse.

Un abanico de emisoras internacionales –también el programa de Radio 3 ‘Trópico Utópico’, de Rodolfo Poveda–, que pueden ser sintonizadas desde web panorámicas como World Radio Map, Radio Garden o Global Breakfast Radio, son honradas en este libro: Radio Londres, Radio Berlín, Radio Frankfurt, Radio Reloj (La Habana, Cuba), Radio Domen (Vardø, Noruega), Saints FM (Edimburgo de los Siete Mares, en la isla de Tristán de Acuña, en el Atlántico Sur), Radio Nova de María (Mindelo, Cabo Verde), Radio Tamanrasset (Sahara, Argelia), Radio Kamchatka (Petropávlovsk-Kamchatski, Rusia) y Tiare FM (Papeete, Polinesia Francesa) abren la puerta a la fantasía de un viaje fascinante sin salir de casa y nos permiten ser ciudadanos sin pasaporte de un mundo global. Como el espíritu evocador de aquellas canciones que utilizan el poder de la palabra “radio” en sus letras insinuantes. Así, a bote pronto, se me ocurren unas cuantas: “Do You Remember Rock’n’roll Radio” (Ramones), “Radio Nowhere” (Bruce Springsteen), “Mohammed’s Radio” (Warren Zevon), “Mexican Radio” (Wall Of Voodoo), “Rocker City” (Loquillo y Los Trogloditas), por ejemplo. Y, ¡cómo no!, “Rock And Roll” de la Velvet Underground (y su secuela “María”, asimismo de Loquillo y Los Trogloditas). También “Radio Song” (R.E.M.) o “Guerilla Radio” (Rage Against The Machine). Por supuesto, las icónicas “On The Radio” (Donna Summer), “Last Night A DJ Saved My Life” (Indeep) y “Video Killed The Radio Star” (The Buggles). Sin olvidar “Radio” (Beyoncé) y “Turn Up The Radio” (Madonna). O “Radio Ga Ga” (Queen), con sus frases de iniciación a la vida: Me sentaría solo y miraría tu luz / Mi único amigo durante mis noches de adolescencia / Y todo lo que tenía que saber / Lo escuchaba en mi radio”. U otro tema iniciático, y mucho mejor, de los mejores posibles: “Para ti”, de Paraíso (“con toda la locura de los locutores locos”). En otro orden de cosas, Holger Czukay tomó voces de cantantes iraníes a través de la radio para su avanzado corte “Persian  Love”, precedente del experimento proto-cut’n’paste de David Byrne y Brian Eno en el disco “My Life In The Bush Of Ghosts”, también con grabaciones radiofónicas. Y, por supuesto, existen un montón de álbumes conceptuales con la radio como excusa (aparecen mencionados en este informe publicado en Rockdelux, debido a la firma de Anton Casas).

Pero mi canción favorita de todas ellas, al margen de la epopéyica “Thunder Road” de Bruce Springsteen (“Mientras, suena la radio / Roy Orbison está cantando para los solitarios”), quizá sea “Voglio vederti danzare”, de Franco Battiato, con su frase definitiva sobre el poder de una radio libre y sin restricciones, motor de una música sin fronteras: “E Radio Tirana trasmette / musiche balcaniche / mentre danzatori bulgari / a piedi nudi sui braceri ardenti”. Todo esto sugiere, me ha sugerido, este ensayo de Javier Montes, que me ha retrotraído a mi adolescencia escuchando la radio preso de una vocación casi secreta: aprender. Gracias a la radio. “La radio puesta”. ∎

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