Álbum

Godspeed You! Black Emperor

“NO TITLE AS OF 13 FEBRUARY 2024 28,340 DEAD”Constellation-Popstock!, 2024

28. 10. 2024

Es habitual recurrir al epíteto “político” para referirse a la producción de la experimental banda canadiense, que a lo largo de su trayectoria ha tratado (por lo general, de forma más indirecta y críptica que abiertamente propagandística) cuestiones sociales candentes –sin ir más lejos, su celebrado Yanqui U.X.O.” (2002), de temática mayormente antiimperialista, contenía un mensaje en contra del gobierno israelí y se hacía eco de la injusticia vivida en Palestina (en el momento de la segunda intifada)–. Tres décadas después de su debut, esta convergencia entre el vanguardismo musical y la propensión ideológica al inconformismo y la denuncia –más marcada que en la mayoría de sus coetáneos, de tendencias más impresionistas o poéticas– es ya un indiscutible y natural sello de la expresión artística de Godspeed You! Black Emperor. Sin embargo, esta nueva obra, que alude claramente al infierno de Gaza, revela ciertas grietas en esta correlación que nos hacen reflexionar sobre los entresijos de su proceso creativo.

Dejando a un lado posibles reservas sobre la pedantería conceptual del título-que-asevera-no-ser-título, las primeras pistas del disco sorprenden por la aparente incoherencia tonal entre la música y la materia referenciada. “SUN IS A HOLE SUN IS VAPORS”, la primera canción, plantea un evocador paisajismo guitarrero sobre cascadas de batería(s), con un regusto más bien orientalista (que no “próximo-orientalista”) y una sensación más de esperanza que de aflicción. “BABYS IN A THUNDERCLOUD”, que le sigue, está conformada por dos tramos de crescendos clásicos separados por un cálido intermedio de drones y violín. Indudable es la calidad compositiva de la catarsis sónica generada, pero chirría en dos puntos: en lo referente a la música, la instrumentación se pasea por terrenos un tanto tediosos, amputando el espíritu original de total libertad del llamado post-rock para revisitar una fórmula estilística más propia de otras conjuntos musicales condenados a esa etiqueta; en lo emotivo, se impone un inesperado triunfalismo épico (¿el sonido más edificante de toda su discografía?) y no la pura devastación –por otro lado inefable– anticipada en el título.

Similares problemas cromáticos asolan la primera mitad apacible de “RAINDROPS CAST IN LEAD”, aunque tras el parón de la composición inicial, la llegada de unos versos sobre la brutal violencia de la guerra (recitados curiosamente en español, puede que para aportar una capa exótica adicional) da paso a un pasaje elegíaco protagonizado por un sentido violín folklórico que, poco a poco, va ganando aceleración hasta convertir la mezcla en una lección de psicodelia acumulativa: las dos baterías marcándose un ritmazo kraut, melódicas líneas de bajo(s) subiendo y bajando, y una explosión de punteos pedaleados. Esta metamorfosis, el paso de una contemplación Dirty Three a una maquinaria casi Boredoms, sigue perturbada por la mencionada incongruencia tonal, aunque aquí la energía instrumental es de un magnetismo irresistible.

El periplo finalmente empieza a descender de forma decidida en la oscuridad con “BROKEN SPIRES AT DEAD KAPITAL”, unos pocos minutos droneantes de dark ambient con cuerdas que desembocan orgánicamente en “PALE SPECTATOR TAKES PHOTOGRAPHS”, posiblemente la pieza más significativa del repertorio. La asfixiante atmósfera amorfa inicial se toma su tiempo para introducir una cadencia contundente, ahora sí ya sombría, interrumpida por cuchillazos swansianos de ruido. La segunda mitad del tema regresa a las convenciones del post-rock (escaladas melódicas, relativa complejidad estructural y rítmica) pero con un giro propio; además de sembrar una melancolía y una amenaza concordantes con las imágenes planteadas. La coda “GREY RUBBLE – GREEN SHOOTS” cierra el disco con una especie de vals plañidero, interpretado primero con los amplificadores a todo volumen y luego en una versión más de cámara, con relajadas baquetas jazzísticas e inhóspitos ecos de guitarra.

El absurdo humanístico e intríngulis geopolítica de la carnicería de Gaza nos hacen cuestionar hasta qué punto la música podría (o debería) siquiera intentar abordar el horror –y aunque esta no fuera de por sí la intención grandilocuente de GY!BE, es sin duda un interrogante que cualquier oyente informado se verá inclinado a considerar–. Por supuesto, los procesos ético-creativos de cualquier artista en torno a cuestiones de substancial carga social y política serán distintos (a modo de comparación tenemos, por ejemplo, el activismo ambient tribal propalestino del desaparecido Muslimgauze), así como tan inescrutables y personales que juzgarlos no tiene demasiado sentido; en última instancia, más allá del gesto de denuncia, lo que nos quedan son las composiciones. Disociadas de su dimensión conceptual, lo cierto es que estas exploraciones cinemáticas del grupo canadiense están expertamente urdidas e interpretadas, aunque se eche en falta una mayor cohesión interna y una apuesta más decidida por el aventurismo estilístico. ∎

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