Primera entrega de una serie de reediciones en flamantes
digipacks que anuncia el sello madrileño Nuevos Medios (para celebrar su vigésimo quinto aniversario) con lo mejor de su selecto catálogo. Años antes de fundarlo, en los setenta, su futuro director Mario Pacheco ejercía en Barcelona de fotógrafo y diseñador en Edigsa, la compañía “oficial” de la nova cançó y el rock layetano que se fraguaba en el Zeleste del Born. Allí debió de conocer a
Jordi Sabatés, exteclista de Picnic, Om y Jarka, que recién emprendía el vuelo en solitario con un pianismo personal que casaba el impresionismo del XIX con el jazz-rock de Chick Corea y Keith Jarrett.
En 1974, Jordi Sabatés tuvo la oportunidad de contar como
partenaire de absoluto lujo con el gran
Tete Montoliu, quien sorprendentemente se puso a sus órdenes sin rechistar para grabar a dúo este
“Vampyria” –publicado originalmente en 1974 por Basf; Nuevos Medios lo editó en CD en 1993– en el que intercambiaron instrumentos (Jordi Sabatés, quien en esa época aún solía usar un piano eléctrico Fender Rhodes, se lo dejó a Tete para encargarse él del acústico). El objetivo era recrear con una sonoridad única y embriagadora un repertorio original de Sabatés que, en buena parte, ya había grabado en discos anteriores, incluido otro mano a mano –mejor si cabe, porque sentaría las bases de la posterior carrera de sus integrantes– junto al guitarrista Toti Soler. El entonces joven compositor estructuró el material en torno al tema del vampirismo, en parte por sus lecturas del momento (Baudelaire, Nerval) y en parte porque, según cuenta Marcos Ordóñez en el libreto, los dos pianistas jugaron en serio a cruzar sus sangres, abriendo cada uno las puertas de su estilo al otro para que ambos se fundieran en uno solo. No debe sorprendernos, tras oír este disco enigmático y tenebroso, entretejido de oscuridad y crepúsculos, leer que Tete insistió en grabarlo de noche, aun cuando él, ciego de nacimiento, no veía la luz.
Golpes Bajos, en cambio, tras su debut homónimo de 1983, en el que la nueva banda del ex Siniestro Total Germán Coppini sorprendió a propios extraños con su maduro y melancólico lirismo pop, se abrió en
“A Santa Compaña” (1984) a un luminoso mundo lleno de nuevos estilos y lejanas latitudes. Si no es su mejor disco –son muy buenos los tres que grabaron en esa época–, sí es el más completo y el que mejor refleja el talento compositivo de Teo Cardalda, con momentos tan extravertidos y exuberantes como las tropicales
“Colecciono moscas” y
“Escenas olvidadas”, el continuismo con el tecno-pop de su debut en las magistrales
“Hansel y Gretel”,
“Cena recalentada” y
“Fiesta de los maniquíes”, y la versión inesperada y retro del estándar italiano
“Come prima”. Su reedición en solitario –se encontraba en el doble CD de la obra completa de Golpes Bajos, junto al debut y
“Devocionario” (1985)– nos permite volver a disfrutar de la llamativa portada, con el grupo travestido de meigas (¿o son aldeanas?) gallegas.
Ray Heredia, miembro fundador de Ketama, coincidió con Teo Cardalda cuando este produjo el debut del grupo estandarte del nuevo flamenco, toda una revolución lanzada desde Nuevos Medios. Pero Ray quemaba etapas rápidamente, y tras aquel debut rompió con los Carmona –que pronto emprenderían su ascensión a la fama y terminarían abandonando a Pacheco– y confió a Teo Cardalda la dirección musical y la producción (junto a Pacheco) del único disco en solitario que le daría tiempo a grabar antes de abandonar este mundo con la misma prisa con que había vivido: por algo se llamó
“Quien no corre, vuela” (1991). Poseedor de un talento rompedor y una personalidad deslumbrante, cuajó una simbiosis muy suya de la rumba más jonda con el pop del momento –aunque los teclados de Cardalda ahora nos chirríen– y dejó para el recuerdo dos baladas imperecederas: esa
“Alegría de vivir” que echaba en falta (
“yo la busco y no la encuentro”, canta), que abre el disco con ecos de Triana, y
“Lo bueno y lo malo”. Ambas se siguen versionando y mantienen vivo el gran legado de esa estrella fugaz que se fue tan deprisa.
Aparte de los Carmona, la otra gran saga familiar de Nuevos Medios y del nuevo flamenco fue la de los Amador:
Pata Negra. Si los primeros discos de los hermanos Rafael y Raimundo tras la disolución de Veneno eran diamantes sin pulir, con grandes momentos y mucho caos, en
“Blues de la frontera” (1988) limaron asperezas y dieron con una genuina mezcla de flamenco con jazz, blues, rock y reggae (
“Lunático”) que atrajo a un público amplio. Fue un disco que abrió puertas y derribó barreras y prejuicios –elegido por Rockdelux mejor álbum nacional de los ochenta–. Contó con la producción de Ricardo Pachón, quien ya fue clave en “Veneno” (1977) y que aquí firmó junto al poeta Carlos Lencero temazos del calibre de
“Camarón” y
“Yo me quedo en Sevilla”. Raimundo musicó primorosamente un fragmento de
“Bodas de sangre” de Federico García Lorca, y junto a su hermano Rafael salpicó la obra de agradables instrumentales de jazz gitano, como la canción titular y el estándar
“How High The Moon”, que ponían al día a Django Reinhardt. Un disco entrañable y simpático, que dejaba al oyente con una sonrisa de oreja a oreja; y también irrepetible, ya que fue el último que grabaron juntos Rafael y Raimundo. ∎