Oh, benvinguts, passeu, passeu... Foto: Francesc Fàbregas
Oh, benvinguts, passeu, passeu... Foto: Francesc Fàbregas

Informe

50 años de la ona laietana: una leyenda olvidada. La historia (1)

A medio siglo vista del sello de sus primeras actas fundacionales, recordamos la historia de la ona laietana, fenómeno localizado en la Barcelona tardofranquista que aglutinó a muchos de los artistas que definirían parte del imaginario creativo de la música catalana de aquella época. En esta primera entrega del informe, repasamos sus coordenadas históricas. El próximo día 22, en la Avinguda de la Catedral de Barcelona, se ofrecerá un concierto conmemorativo en los actos musicales de la Mercè.

18. 09. 2024

La ona laietana no fue un estilo musical concreto, sino un movimiento generacional en el que durante la segunda mitad de los años setenta coincidieron unos cuantos músicos catalanes que se movían en torno a la histórica sala Zeleste de Barcelona, que había sido fundada por Víctor Jou en 1973.

A principios de los setenta, la Ciudad Condal no vivía su mejor momento musicalmente hablando. Si por un lado la nova cançó consolidaba sus posiciones como manifestación más política y social que artística frente a una dictadura franquista que mostraba síntomas de agotamiento, los restos del Grup de Folk que habían desembocado en el rock progresivo o underground vivían una crisis motivada por la falta de comercialidad y difusión de sus propuestas.

El mítico Zeleste, “music lounge” interclasista y más allá.
El mítico Zeleste, “music lounge” interclasista y más allá.

Una apertura decisiva

En esas estábamos cuando un aparejador llamado Víctor Jou (1939-2023), que había viajado a Londres para recabar información sobre lo que se cocía culturalmente en la capital británica, abrió las puertas de la sala Zeleste el 10 de mayo de 1973, en el por aquel entonces depauperado barrio barcelonés de la Ribera, en una calle que se llamaba Platería (en castellano) y ahora se denomina Argenteria (en catalán), junto a la basílica de Santa Maria del Mar.

El local no tardó en atraer la atención de todo tipo de públicos vinculados a las incipientes vanguardias de la época, gracias a su ecléctica programación musical de los fines de semana y al hecho de que cada noche, hubiera o no conciertos, se convertía en un bar de copas y algo más, hábito que todavía estaba lejos de ser una costumbre. Al principio lo autodefinieron como music lounge interclasista, donde era habitual que se pinchara a King Crimson o Soft Machine.

Pocos meses después de la apertura del local, entró en acción Rafael Moll (1951-2023), quien ya había tenido algunas experiencias como músico en grupos y actividades teatrales y asumió la dirección de la programación artística de la sala. A partir de ese momento, el tándem Jou-Moll se convirtió en la principal infraestructura que renovó los fundamentos del rock, el jazz, la canción, la salsa y la música de baile catalanes y, por extensión, españoles. Pero, además, Zeleste no se convirtió en un espacio monopolizado por ese nuevo impulso, sino que dando muestras de su eclecticismo también dio cabida a actuaciones de flamenco, folk, músicas del mundo y jam sessions de figuras que participaban en el Festival de Jazz de Barcelona

Orquestra Mirasol, salsa progresiva. Foto: Francesc Fàbregas
Orquestra Mirasol, salsa progresiva. Foto: Francesc Fàbregas

Entre el jazz y el rock (y mucho más)

Así pues, un montón de personajes y colectivos se arremolinaron en torno a esta pareja de promotores para dar a conocer sus propuestas musicales –inspiradas en buena medida en el jazz-rock por aquel entonces imperante en los escenarios internacionales: Miles Davis, Chick Corea, Herbie Hancock, Weather Report, Mahavishnu Orchestra– que a menudo se veían salpicadas por los aires mediterráneos, aparte de otros fenómenos más o menos concomitantes, desde la canción galáctica al rock prepunk, pasando por el jazz clásico, la salsa, la vinculación a las raíces catalanas o la pura verbena. En muchas ocasiones, un mismo músico podía formar parte de varios de estos formatos, ya que la precariedad y la inestabilidad de los grupos eran endémicas.

La lista de nombres que pasaron por aquel legendario escenario –la mayoría de los cuales grabaron para el sello Zeleste-Edigsa que se creó en 1974– y que de una manera u otra formaron parte de la ona laietana es enorme. Por orden alfabético: Barcelona Traction, Blay Tritono, Carretera y Manta, Companyia Elèctrica Dharma, Esqueixada Sniff, Fusioon, Gato Pérez, Ia & Batiste, Iceberg, Jordi Sabatés, La Rondalla de la Costa, Mirasol Colores, Música Urbana, Pau Riba, Orquestra Mirasol, Orquestra Plateria, Perucho’s, Secta Sònica, Sisa, Tete Montoliu, Toti Soler, La Voss del Trópico… Y también hay que citar unos cuantos nombres propios, a veces integrados en una o más de estas formaciones: Joan Albert Amargós, Carles Benavent, Salvador Font, Emili Baleriola, Xavier Batllés, Víctor Ammann, Dave Pybus, Manel Joseph, Manel Camp, Santi Arisa, Albert Batiste, Eduard Altaba, Max Sunyer, Jordi Bonell, Josep Mas “Kitflus”, Luigi Cabanach... Cincuenta años después, algunos de ellos continúan en activo.

Es evidente que, por ejemplo, entre Jordi Sabatés y Oriol Tramvia, entre Gato Pérez e Iceberg o entre Sisa y la Dharma había una distancia sideral. Pero todos ellos compartían la intención de experimentar a la vez que buscaban una identidad musical propia. Y, sobre todo, la inmensa mayoría se reunían bajo el mismo paraguas: la sala de la calle Platería, que les daba cobijo y más adelante les proporcionó actuaciones por todo el Estado español, ya que también ejerció como agencia de management.

Unos meses antes de fallecer, en una entrevista para la revista ‘Enderrock’, Rafael Moll me dijo que la eclosión de la ona laietana comenzó con la Orquestra Mirasol, un grupo que reunió a músicos jóvenes y veteranos y en 1974 grabó “Salsa catalana”, el primer disco del nuevo sello que creó Zeleste y editaba Edigsa. “Había dos tendencias artísticas”, explicaba. “Una sería la de los instrumentistas, los creadores que estudiaban y tocaban bien, y la otra sería la de los cantautores y similares. En principio, recelaban los unos de los otros, pero nosotros conseguimos unirlos. El mejor ejemplo es la conjunción de Ovidi Montllor con Toti Soler. Pero la iniciativa correspondía a los grupos que hacían jazz-rock porque era el estilo que predominaba en aquella época. Luego, todo fue evolucionando, y se puso de moda la salsa. La cuestión es que no sé si éramos conscientes de que teníamos una base de artistas muy potentes, como se ha visto claro con el paso del tiempo. Hablo, por ejemplo, de Toti Soler, Jordi Sabatés, Sisa, Pau Riba, y me dejo unos cuantos”.

La conjunción de Ovidi Montllor con Toti Soler. Foto: Pilar Aymerich
La conjunción de Ovidi Montllor con Toti Soler. Foto: Pilar Aymerich

Productor discográfico por accidente

Moll recordaba la génesis de Zeleste-Edigsa: “Como ‘Salsa catalana’ había funcionado muy bien, Víctor Jou y yo fuimos a cenar con el director de la compañía Edigsa, Claudi Martí, una persona olvidada a pesar de la importancia que tuvo en la música catalana. Lo emborrachamos y le vendimos la idea de hacer un sello conjunto. Y nos dijo que sí, siempre y cuando controlásemos los presupuestos y nos ocupásemos de las grabaciones, para no darle demasiado trabajo. De esta manera, me convertí en productor discográfico sin quererlo, porque no sabía en qué consistía ese trabajo”. El enlace entre Zeleste y Edigsa fue Gato Pérez, que inventó la denominación de ona laietana para aquella nueva escudería de músicos, a partir del hecho que la sala de conciertos estaba muy cerca de la Via Laietana, una arteria principal de Barcelona que atraviesa su barrio gótico, cuyo nombre hace mención a la tribu ibérica de los layetanos, que habitaba estos parajes antes de la llegada de los romanos.

Otra de las gestas de Zeleste y la ona laietana fue la creación por casualidad de la Orquestra Plateria, un grupo de aluvión que debía realizar una sola actuación en la fiesta de fin de año de 1974, pero tuvo un éxito tan grande que acabó implantando todo un género, puesto que se convirtió en el paradigma de las renovadas orquestas de baile que se prodigaron a partir de mediados de los años setenta. Aquella noche debutaron Ricardo Solfa (alter ego de Jaume Sisa) y Rocky Muntanyola (alter ego de Jordi Batiste). Además, bajo la batuta de Manel Joseph, por sus filas pasaron muchos instrumentistas vinculados al movimiento layetano. Y no se disolvió hasta 2014.

Ia & Batiste, el termómetro de un época.
Ia & Batiste, el termómetro de un época.

Los primeros festivales

Entre otras iniciativas llevadas a cabo por Zeleste para promocionar la ona laietana merece la pena destacar, entre otros festivales celebrados en Cataluña y el resto del Estado español, la organización del primer Canet Rock, que tuvo lugar en la localidad de Canet de Mar, a 50 kilómetros de Barcelona, el 26 de julio de 1975. En unas declaraciones, en este caso inéditas, Rafael Moll recuerda que la inspiración le llegó cuando vio la película “Woodstock. 3 días de paz y música” (Michael Wadleigh, 1970) en un viaje a París. Pasado un tiempo, la gente que montaba las Sis Hores de Cançó a Canet les sugirió a Víctor Jou y a él que, para amortizar el montaje de aquel encuentro, se encargaran de organizar una semana después un festival de rock. Entonces Moll se acordó de “Woodstock” y se inventaron las “Dotze hores de música i follia”. En aquella ocasión actuó buena parte de la escudería “zelestial” excepto Sisa, a quien le prohibieron la participación, además de los andaluces Lole y Manuel y Gualberto. A Oriol Tramvia le montaron un pequeño escenario alternativo en la feria que había al otro lado del escenario, donde se instalaron paradas de todo tipo, entre ellas la de la revista ‘Vibraciones’, precedente de Rockdelux. Y ya bien entrado el día 27, la Orquestra Plateria cerró la tanda con una espectacular verbena.

Zeleste organizó otras dos ediciones del Canet Rock, y la cuarta, con un cartel internacional, la montó Pau Riba, pero no acabó de funcionar y fue la última. Desde hace unos años, no obstante, el Canet Rock se vuelve a celebrar, pero ya es otra cosa, tanto en la forma como en el contenido.

Víctor Jou con el director de cine Francesc Bellmunt y el periodista Àngel Casas en el Canet Rock 1975. Foto: Francesc Fàbregas
Víctor Jou con el director de cine Francesc Bellmunt y el periodista Àngel Casas en el Canet Rock 1975. Foto: Francesc Fàbregas

Universo Edigsa

Volviendo a la historia de la ona laietana, Zeleste-Edigsa llegó a editar una cuarentena de elepés. La tirada habitual era de mil ejemplares, aunque discos como “Qualsevol nit pot sortir el sol” (1975), de Sisa, y “L’oucomballa” (1976), de la Dharma, llegaron a vender muchísimos más. Pero poco a poco el movimiento se fue desinflando, entre otras cosas porque la salsa y la música de baile ofrecían más posibilidades comerciales que el jazz-rock intelectualoide.
A eso hay que unir a principios de los ochenta el fin de Edigsa –aunque los discos se han seguido reeditando en formato CD, sobre todo por la compañía Picap– y también la remodelación física y ideológica de Zeleste, que perdió su encanto original y se convirtió en una plataforma para la emergente movida. Finalmente, el local cerró sus puertas en marzo de 1987 para volver a abrirlas en julio, en otro lugar y con otro concepto, en un par de naves industriales con capacidad para tres mil personas en el barrio del Poblenou. Pero el negocio no fue bien, y en 2000 volvió a cerrar para ser reconvertido en otra cosa, denominada Razzmatazz, que sigue funcionando viento en popa. ∎

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