La de Pablo García Díaz (Gijón, 1984), el personaje al que conocemos musicalmente como Pablo Und Destruktion, es una trayectoria a reivindicar permanentemente, pese a que el lugar que le parece estar reservando la historia sea menos brillante de lo que merecería. Con siete discos –incluido uno en directo– ya a su espalda, ahora se reedita el segundo de ellos, “Sangrín” (Discos Humeantes, 2014), que es, probablemente, el que levantó el somero culto a su personalidad y el mejor punto de partida posible para adentrarse en sus peculiaridades tan personales y características.

Definirle como cantautor es tan acertado como limitado. Sí, en su obra hay ecos de la vieja canción política de autor, a la manera de Paco Ibáñez o Chicho Sánchez Ferlosio, pero hay mucho más: influencias del rock industrial alemán y de la tonada folclórica asturiana. Hay paralelismos, además, con otro cantautor asturiano de más repercusión mediática (pero, desgraciadamente, tampoco demasiada, no os vayáis a creer) como Nacho Vegas, así que a quien le guste este último, si no se ha interesado ya por Pablo, en este mismo momento debería empezar a aprenderse de memoria “Sangrín”.

El disco apareció en 2014 y consolidó y mejoró todo lo que había insinuado en su debut, “Animal con parachoques” (2012). Del mundo disperso con estética de folk experimental unipersonal de su primer disco pasó al formato de banda y a una concreción en el entorno del rock oscuro. “Sangrín”, según el Diccionario General de la Lengua Asturiana, tiene dos acepciones contrapuestas –una: “colérico, de carácter fuerte, de reacciones primarias o que se irrita fácilmente”, y dos: “que sangra con facilidad, por tener la piel muy fina”–, y es precisamente esa dicotomía la que se percibe en el disco. Por un lado, la aparente delicadeza de muchas de sus melodías –como las de “Powder”, “Mamina qué pena” o “El aire puro” (la hermosa tonada eléctrica con la que arranca el álbum y que ofrece en su estribillo la angustia a la que nos va a someter desde ese momento en adelante: “En el bosque que hay dentro de mis ojos / el barro mete miedo / las sombras meten miedo”)–. Por el otro, la rabia explícita con que canta unas letras tremendamente políticas (recordemos: estamos en la España hundida en la Gran Recesión que comenzó, aproximadamente, en 2012 y que nos sumió en una cifra superior a los tres millones de parados, y que aún hoy sigue por encima de los dos millones).

“Sangrín” incluye varios de sus himnos más certeros, como “Pierde los dientes España”, “Powder”, “Pecho para enfriar balas”, “Nadie quiere al rey Pelayo” o, sobre todo, “Límonov, desde Asturias al infierno” y “Por cada rayo que cae”, una de las canciones más directamente políticas compuestas en lo que llevamos de siglo… y que, curiosamente, aunque él la haya popularizado, no es suya, sino de Borja Martín Andino, del grupo toledano Radiador.

La reedición de “Sangrín” cuenta como atractivísimo extra otras tres piezas que también permanecían descatalogadas desde hace casi diez años, las del EP “Funeral de estado” (2014), un disco de seis canciones compartido con el dúo barcelonés Medievo, en el que el asturiano incluía “La paz de los justos” –escrita tras una de las primeras catástrofes de muerte de inmigrantes al tratar de saltar la valla de Melilla: “¡Mirad cómo avanza esa gran masa! / ¡Tiemblo, tiemblo, tiemblo! / Pero mis piernas… ¡Aguantan!”–, “Tibio” y “Espuma por la boca de la clase obrera”, con ese estribillo que anima a perder definitivamente los papeles: “Una pelea no la gana el más fuerte / una pelea, queridos, siempre la gana el demente”. ∎