Toti Soler, el reflejo de Zeleste.
Toti Soler, el reflejo de Zeleste.

Informe

50 años de la ona Iaietana: una leyenda olvidada. Hablan los protagonistas (y 2)

En la segunda y última entrega de este informe sobre la ona laietana –la primera nos sirvió para poner el fenómeno en sus contextos sociales, históricos y geográficos–, cedemos la palabra a algunos de sus más destacados protagonistas, que hacen memoria para terminar de trazar este recorrido tan estimulante como desconocido para muchos. El próximo día 22, en la Avinguda de la Catedral de Barcelona, se ofrecerá un concierto conmemorativo en los actos musicales de la Mercè.

19. 09. 2024

La ona laietana fue una etiqueta que sirvió más para definir una filosofía liberadora, un afán por descubrir nuevas sendas musicales, que un género o un estilo capaz de ser identificado por su sonoridad. En todo caso, lo único que tuvieron en común todos los grupos y solistas adscritos a esa tendencia fue el hecho de que durante la segunda mitad de los años setenta se reunieron bajo un mismo techo, el de la sala Zeleste de Barcelona.

Hemos conversado con siete miembros de lo que ahora hace 50 años fue un estallido que revolucionó los fundamentos musicales de Cataluña y, por extensión, del Estado español. Actualmente no queda nada de aquel fenómeno, olvidado por las nuevas generaciones de músicos, productores y públicos que no quieren saber nada de una música creativa basada en el jazz-rock y que recogía las raíces mediterráneas. Nuestros interlocutores coinciden en muchas de sus respuestas, y en todos ellos se descubre una cierta nostalgia por unos tiempos que, si no fueron mejores, por lo menos fueron emocionantes para los que los vivieron.

Música Urbana: Amargós (izquierda), máquina. Foto: Francesc Fàbregas
Música Urbana: Amargós (izquierda), máquina. Foto: Francesc Fàbregas
Por orden alfabético han respondido a nuestras preguntas una serie de artistas que, en su mayor parte y tantos años después, siguen en el candelero. Nos referimos a Joan Albert Amargós (Barcelona, 1950), que fue miembro de Música Urbana, no ha dejado de trabajar como compositor o arreglista y actualmente puede tanto acompañar a Miguel Poveda como escribir piezas sinfónicas; Jordi Batiste (Barcelona,1948), quien después de pasar por el Grup de Folk y de fundar Màquina! creó el dúo Ia & Batiste y fundó la Orquestra Plateria bajo el seudónimo de Rocky Muntanyola, y que continúa en activo; Xavier Batllés (Barcelona, 1954), músico que tocó con la Orquestra Mirasol y La Rondalla de la Costa y actualmente ejerce como productor discográfico; Joan Fortuny (Barcelona, 1955), el saxo soprano de la Companyia Elèctrica Dharma, colectivo familiar con el que sigue actuando; Sisa (Barcelona, 1948), que también estuvo en el Grup de Folk y tras pasar por Música Dispersa inició una fructífera carrera en solitario, además de crear el alter ego Ricardo Solfa, con el que debutó con la Plateria y grabó algunos discos, siendo el único de los encuestados que se ha retirado; Toti Soler (Vilassar de Dalt, 1949), artista que tras actuar con el grupo de pop Pic-Nic, pasar por el jazz-rock con Om, grabar “Dioptria” (1969-1970) con Pau Riba y acompañar durante muchos años a Ovidi Montllor, continuó su trayectoria como guitarra solista llegando a grabar 34 discos y que además no para de tener nuevos proyectos, y Max Sunyer (La Pobla de Massaluca, 1947), quien tocó con Iceberg y con Pegasus y posteriormente no ha dejado de esgrimir la guitarra con diversas formaciones.

Companyia Elèctrica Dharma, amalgama con sardana. Foto: Francesc Fàbregas
Companyia Elèctrica Dharma, amalgama con sardana. Foto: Francesc Fàbregas

Música dispersa (pero estimulante)

Todos los entrevistados coinciden en que aquel fue un momento histórico y en el carácter ecléctico del movimiento. Xavier Batllés lo explica así: “Mientras viví la ona laietana no me sentí parte de un movimiento coincidente en formas y fondos, pero una vez ha pasado el tiempo valoro el eclecticismo pluralista, la inquietud y la creatividad de aquel conglomerado que nos permitió proyectarnos hacia el público. Personalmente, pude aportar entusiasmo con propuestas arriesgadas que se salían de los convencionalismos, y con La Rondalla de la Costa una intencionalidad dirigida a las raíces musicales”. Por su parte, Sisa recuerda que “se había abierto Zeleste, que era un local donde se programaban actuaciones muy variadas, muy heterodoxas, muy eclécticas. Aquella iniciativa coincidió con el final de la dictadura. Era un momento de esplendor, de esperanzas, de comenzar a respirar la libertad. Y de todo aquello, que era algo disperso y sin una línea estética definida, surgió el concepto de la ona laietana. Fue una coincidencia feliz. Fueron unos años muy bonitos”.

Para Joan Albert Amargós, la ona laietana significó “una nueva manera de expresar nuestra identidad musical. Era muy uniforme en cuanto a la manera de hacer música con total libertad, sin etiquetas ni necesidades comerciales. Todo en base a las raíces mediterráneas y a la continuidad de la música catalana y española”. En ese sentido, Max Sunyer cuenta que la ona “fue un estallido que nos permitió hacer nuestra propia música sin ningún tipo de límite artístico, mezclando el rock con el jazz, el blues y la música sinfónica. Compartíamos escenario con todo tipo de artistas, de Miguel Ríos a Triana. A Iceberg incluso nos llamaron para actuar en el programa ‘Un, dos, tres, responda otra vez’. Era increíble”. Y Joan Fortuny insiste en que “todos los grupos que formaban parte de la ona laietana eran diferentes y muy eclécticos. Ni mucho menos hacíamos la misma música, pero todos teníamos un afán de investigación, de improvisación, de buscar nuevos caminos fuera de los circuitos comerciales. Eso fue lo que nos unió; no un estilo. Y es algo que gustó en todo el Estado español”.

Orquestra Plateria en Zeleste: fiesta habitual. Foto: Francesc Fàbregas
Orquestra Plateria en Zeleste: fiesta habitual. Foto: Francesc Fàbregas

La órbita Zeleste

Según Jordi Batiste, en la nómina de la ona laietana encontramos “músicos que querían perfeccionar su estilo dentro de un género que estaba en alza. Lo que ocurre es que a menudo se ha metido en el mismo saco a artistas diferentes simplemente porque eran cercanos a Zeleste. Era una cuestión de modas. Al fin y al cabo, se trataba de un movimiento musical muy barcelonés”. Es una tesis que Toti Soler confirma: “La ona laietana fue un invento que se sacaron de la manga”, afirma. “Le pusieron este nombre porque tocaba bautizar un estilo, pero en realidad cada uno creaba su propio mundo. Si a todo esto lo denominaron ona laietana tal vez fue porque estábamos en Zeleste, cerca de la Via Laietana. Era algo muy de Barcelona. Pero realmente lo de Zeleste fue una historia maravillosa. Allí actuaban todo tipo de músicos, de todo el mundo y de todos los estilos. Fue fabuloso. La verdad es que todo aquello se ha olvidado. Fue un momento histórico de la música de Barcelona al que no se le ha dado la importancia que tuvo”.

En cuanto al papel que tuvo la sala Zeleste en el auge y la decadencia de la ona laietana, también hay coincidencias, y algunas buscan un sentido político a lo que aconteció. Batllés lo tiene muy claro: “Desde Zeleste, Víctor Jou y compañía desplegaron una actividad que casi funcionó como una institución, dando cobertura a todo aquel tinglado. Con su esfuerzo aportaron la infraestructura, el sustento y la proyección necesarias. Ahora una cosa así sería imposible. Y desde esta interpretación me explico la desaparición del proyecto, porque el sistema trabajó para imponer la banalidad que se vivió en los años ochenta con la movida madrileña, el veto a los cantautores y la retirada del apoyo a todo el que fuera crítico con el poder”. Sisa corrobora que “Zeleste es el principio y el final de todo. Fue un local que marcó una época, la guía que condujo el acontecer musical entre 1974 y 1980. Allí se cocieron todas aquellas músicas. Un buen ejemplo es la creación de la Orquestra Plateria, formada por gente que hacía cosas muy diferentes. Pero la ona laietana fue un movimiento que tuvo una vida muy corta. Fue la Generalitat nacionalista la que acabó con aquella diversidad y aquella frescura”.

Sisa interpretando la mítica “Qualsevol nit pot sortir el sol” en la sala Zeleste.

De una trinchera a otra

Joan Albert Amargós realiza un balance con sentido histórico: “El nacimiento de la ona laietana está vinculado a una actitud contraria a la dictadura. En momentos difíciles como aquel se creaban modos de expresión en contrapartida a la situación que se vivía en el país, Y su posterior desaparición está ligada a la voluntad de la sociedad de hacer caso a músicas menos valientes desde el punto de vista creativo. Zeleste y Víctor Jou fueron los pilares sobre los que la ona laietana se fundamentó y subsistió gracias a la oficina de management que crearon. Era un alimento emocional en el que todos nos encontramos muy a gusto, y apoyados creativamente”.

Al hablar de este asunto, Max Sunyer profundiza e introduce nuevos elementos en las causas de aquel declive: “En aquella época, después de mayo de 1968, había una posibilidad de cambiar el mundo. Era magnífico. Además, el dictador estaba a punto de morir. Hacia 1973 y 1974, en Barcelona surgieron muchas bandas y buena parte de ellas se integró en la escudería Zeleste. Tanto Víctor Jou como Rafael Moll eran personas con una gran capacidad organizativa. Pero a finales de los setenta se hacía el servicio militar y muchos de nosotros tuvimos que ponernos el uniforme. También afectó el típico cansancio de ideas. Hubo gente que subsistió, gente que cantaba, pero el interés por la música instrumental fue disminuyendo. Iceberg se disolvió en 1979. Lo mismo pasó con muchos otros grupos. Y al llegar los ochenta no quedaba nada de la ona laietana. Había llegado la democracia y en Cataluña se dio respaldo al pop-rock interpretado en catalán”. Toti Soler también muestra su pesimismo al articular su análisis: “Zeleste fue muy importante. Todos nos encontrábamos allí. Nos gustaba mucho aquel local. Además, la década de los setenta fue una época musicalmente riquísima, muy creativa. Había muchísima actividad, se grabaron muchos discos y tocábamos por todo el Estado, cosa que ahora no hacemos. Pero llegaron los ochenta y todo se fue a hacer puñetas. El viejo Zeleste desapareció junto a la ona laietana, como también desapareció la nova cançó. Y todo lo que ha surgido después no tiene nada que ver porque es mucho más comercial”.

Finalmente, Fortuny aporta una visión algo conspiranoica pero no exenta de cierta lógica: “Aquello se acabó por diversos motivos. Hay unas connotaciones políticas evidentes. El hecho de que nosotros o los sevillanos Triana, que no tenían nada que ver con la ona laietana, tuviéramos éxito en todo el Estado y que eso no le ocurriera a los grupos de Madrid no gustaba al poder centralista. Por eso, después del vacío de poder que se produjo tras la muerte de Franco, los políticos tiraron adelante iniciativas como la movida madrileña con el apoyo de los medios de comunicación, mientras que en Cataluña ocurría una operación inversa con la ona laietana. Si desapareció no fue porque su música se quedara anticuada, sino porque se empezó a hablar exclusivamente de los grupos de Madrid. Y lo mismo ocurrió con las discográficas catalanas: algunas cerraron y otras se fueron a Madrid”. ∎

Seis grandes muestras de una inspiración dispersa

ORQUESTRA MIRASOL
“Salsa catalana”
(Zeleste-Edigsa, 1974)

Hay que considerar a este disco como el buque insignia de la factoría Zeleste-Edigsa, y al tema que lo abre, el sensacional “To de re per a mandolina i clarinet” como su principal sintonía. Una inspirada reunión de músicos jóvenes –Xavier Batllés y Víctor Amman– y veteranos –Pedrito Díaz, Ricard Roda y Miquel Lizandra– cocinó una sabrosa “Salsa catalana” que rompió moldes con un jazz-rock que se bañaba en aguas caribeñas y mediterráneas.

SISA
“Qualsevol nit pot sortir el sol”
(Zeleste-Edigsa, 1975)

El segundo elepé de Jaume Sisa supuso la irrupción de un fenómeno que todavía cuesta explicar. Con una mezcla de música popular entrañable bien puesta al día y unas letras originalísimas que oscilaban entre lo familiar y el surrealismo, este artista dejó ir su imaginación para crear un universo galáctico que no ha dejado de crear escuela y que tiene su máximo exponente en la canción que da título al disco, convertida en todo un himno generacional, aunque tal vez no sea la mejor del repertorio.

TOTI SOLER
“El cant monjo”
(Zeleste-Edigsa, 1975)

El primer disco del guitarrista Toti Soler para la escudería layetana nos presenta a un músico ensimismado en la búsqueda de analogías entre la tradición catalana, el toque flamenco y la influencia del blues. “El cant monjo” es un compendio de todas esas tendencias, que más adelante se verían confirmadas, e incluso superadas, con la edición de “Desdesig” (1978), uno de los trabajos más representativos de aquel emocionante momento creativo.

COMPANYIA ELÈCTRICA DHARMA
“L’oucomballa”
(Zeleste-Edigsa, 1976)

Después de sorprender con su primer disco, “Diumenge” (1975), el grupo de los hermanos Fortuny daba la campanada aproximándose a la tímbrica catalana con “L’oucomballa”, un LP que dejaba patente una madurez conseguida en muy poco tiempo. La combinación del jazz-rock con las raíces mediterráneas dio unos resultados que casi 50 años después todavía llaman la atención. El prólogo y el epílogo del vinilo son las mejores muestras del camino vinculado a los sones de su tierra iniciado por la banda.

MÚSICA URBANA
“Música Urbana”
(Zeleste-Edigsa, 1976)

Probablemente, Música Urbana es el mejor ejemplo de la conexión de Zeleste con el espíritu de la música progresiva barcelonesa de los primeros setenta, ya que tres de sus fundadores habían formado parte de Màquina!. Completando el cuarteto, se añadió el principal ideólogo y compositor del proyecto, Joan Albert Amargós. El primer disco de la formación se inscribe en la tendencia jazz-rock, destacando algunos apuntes que lo vinculan a una tradición aflamencada en clave clasicista.

GATO PÉREZ
“Romesco”
(Cabra-Edigsa, 1979)

El segundo disco del argentino Gato Pérez representó un revulsivo en el ambiente de la música layetana y también en el mundo de la rumba, ya que demostró que el género que había aprendido de los gitanos de Gràcia podía ganar muchos puntos rítmica y, sobre todo, literariamente. Porque “Romesco” no solo se escucha y se baila; también se puede leer. Sus letras nos hablan de una realidad social como nunca lo había hecho hasta entonces la rumba, a la que habría que añadir aires de milonga y candombe. ∎

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