Es de imaginar que el gran salto artístico que supone “Back To Black” podría no haber ocurrido si Fielder-Civil no le hubiera roto el corazón. El dolor alimenta el mejor trabajo de Amy Winehouse como seguramente ocurrió con muchos de sus artistas favoritos, de Billie Holiday a Donny Hathaway pasando por The Shangri-Las. No hace mucho, Amy declaraba:
“The Shangri-Las tienen un tema para cada estado de una relación. Cuando te atrae un chico, pero no sabes ni su nombre. Cuando empiezas a hablar con él. Cuando empiezas a salir con él. Cuando te enamoras. Y luego cuando el cabrón te deja y solo piensas en suicidarte”.
Como disco sobre una ruptura, “Back To Black” tiene una resonancia emocional especialmente poderosa; incluso una canción tan ostentosamente descarada como “Rehab”, el éxito sin discusión del álbum, se nutre de la tristeza. En verano de 2005 Amy bebía mucho, tanto que el equipo de dirección le pidió que se desintoxicara. Como ella ha admitido con posterioridad,
“estaba deprimida. No soy alcohólica. Si bebo, es un síntoma de depresión o aburrimiento, pero la gente no lo ve del mismo modo. Solo ven la superficie y creen que la rehabilitación es la clave”. Como es inevitable, la prensa amarilla británica no leyó entre líneas. Recién famosa y siempre dispuesta a tomarse un par de copas, Amy fue proclamada la nueva chica mala del pop, la Pete Doherty femenina. Todo cambió. De repente, su vida era aireada no solo en sus canciones, sino también en la prensa. No ayudó mucho que siempre fuera accesible; para cualquier reportero era fácil dar con ella con tal que supiera cuál era su pub preferido de Candem. Un blanco fácil para los tabloides. A finales de 2006, la prensa descubrió que había vuelto con Fielder-Civil. Su relación sería tan perseguida como la de Pete Doherty y Kate Moss. Y, como en el caso de Doherty, Fielder-Civil se convirtió en el villano de la obra.
“Todos los que me abuchean –Amy sonríe desdeñosa al público de Birmingham–
, esperad a que mi marido salga de la cárcel… ¡En serio!”. Los abucheos continúan y Amy parece divertida. En su estado de ebriedad, no entiende la reacción. Podría haber cancelado el concierto; al fin y al cabo, su marido está en la cárcel. Sin embargo, ahí está, dándolo todo, y el público se lo echa todo en cara. Aguanta desafiante:
“Si habéis pagado la entrada y me estáis abucheando, ¡sois unos gilipollas!”. Muchas de estas personas se sienten estafadas por haber pagado 32 euros para ver a Amy tambaleándose en el escenario, entrando a destiempo, fallando notas y volcando el micrófono. Se trata de un público estándar, del tipo que espera un espectáculo elegante y no tiene tiempo para artistas torturados. Como consecuencia, la empatía hacia Amy o su marido encarcelado brilla por su ausencia. En el caso de él, no es de extrañar.