Recuerdo a un profesor de EGB que criticaba al hombre del tiempo porque, según su conspiranoico chiste, cuando no había un pronóstico claro el servicio de meteorología salvaba la papeleta con esa expresión polivalente con la que siempre acertaban: “hoy se prevén nubes y claros”. En ese terreno de estudiada “indefinición” o apertura estaría lo nuevo de Ibon Errazkin, el hombre de Aventuras de Kirlian, Daily Planet, Le Mans, Single y otros proyectos además de sí mismo. Porque “Nubes y claros” entra a duras penas, con su aparentemente única pista de 61 minutos de duración, en la categoría de singles. Por otro lado, ¿se trata de pop instrumental, de nueva clásica contemporánea, de música meditativa? Aquí la cosa se complica más y la enigmática portada de Javier Aramburu, cuyas composiciones nunca son inocentes, en lugar de despejar el cielo de esta bella obra de orfebrería lo encapota con un misterio aún mayor.

Mientras suena el disco digital –lógicamente, “Nubes y claros” solo puede ser gaseoso– tenemos tiempo para acudir a la ficha del sello donde se explica con pelos y señales qué le ha traído hasta aquí a este donostiarra tan ambicioso en modestia. El caso es que, siendo formalmente distinto a todo lo que ha hecho con anterioridad, “Nubes y claros” suena indudablemente a Ibon. ¿Serán también los instrumentales “Let The Snakes Crinkle Their Heads To Death” (1986) y “Train Above The City” (1988), de Felt, eso que resuena? ¿O más bien una adaptación guitarrística de la música callada de Federico Mompou? ¿Se habrá inspirado Ibon en alguna obra perdida de Alexander Korda para el cine? En la nota de prensa se mencionan a John Barry, Annette Peacock, John Lee Hooker y Tom Jobim como influencias. Ibon también habla en alguna parte de La Monte Young y el cineasta Jacques Rivette. Lo que nosotros creemos es que se trata de una pieza donde los diferentes estratos musicales muestran un equilibrio dinámico constante reducidos a una expresión no tan mínima como parece. Como si el músico hubiese utilizado unos prismáticos de precisión por el lado que aleja el panorama.

En Elefant adjetivan su álbum “matriz”, por más inmediato, “Claros del bosque” (2024), como “paisajística musical”, y sí, visualizo un viaje en tren por los campos de girasoles manchegos mientras suena esta música cíclica, inconclusa, suspendida –en el aire: ¿dónde si no?–, decididamente consonante, con esos arreglos “impresionistas” –¿o debería decir “puntillistas”?–, pero en ningún caso “minimalistas” –porque rechazo su monopolio imperialista– de teclados de colores. Dicen que las piezas de aquel disco son parte –diez en concreto– del nuevo, aunque la suma de aquellas no alcanza ni la mitad de su duración. Errazkin declara en nota de prensa haberse propuesto “distribuir los sonidos casi como elementos espaciales”, añadamos que espacio-temporales, algo parecido a “pasear la mirada por un jardín vertical”, como el esponjoso campo verde diseñado por el botánico francés Patrick Blanc que decora la sede de CaixaForum sita en el Paseo del Prado de Madrid, ideado al objeto de resolver el problema de una fachada ciega al descubierto –o claro en el bosque–.

Una tentación es buscar el encaje de las piezas separadas de “Claros del bosque” en la continuidad discontinua de “Nubes y claros”, pero es mejor dejarse ir que llevar una contabilidad. El tema llega acompañado de una película estrenada en Filmin el pasado 14 de marzo donde el artista deambula a cámara lenta por las callejuelas de Tánger como un Nick Drake con bigote y chapela en Hampstead Head cuya inspiración descansa esta vez en el cineasta chino-malayo Tsai Ming-Liang. Sumando la música de ambos discos, el arte visual de Aramburu y la película de Antonio Morales, Ibon Errazkin puede sentirse satisfecho con el resultado de esta nueva fase en su meditativa evolución artística. ∎