Han pasado siete años desde que Fernando Martínez de la Serna, el hombre conocido musicalmente como Remate, publicó su último disco de canciones, el excelso y autobiográfico “Cabello de ángel, tocino de cielo” (2016). Afortunadamente para él, entre medias ha podido ir publicando siete bandas sonoras de películas y series de televisión –y una banda sonora imaginaria: “Kitasato” (2018)–, pero nos había ocultado desde entonces esa hermosa conjunción de su trémula voz y su música otoñal. Miento: también hay un par de EPs sueltos –“Megafonía” (2016) y “Darwinismo & calvinismo” (2019), además de un minilibro, “Yo creo que Banksy eres tú” (2022), pero echábamos en falta una nueva colección de canciones redonda, intimista…, de esas que pellizcan el alma.
“Dos galgos blancos” no es continuación de nada, aunque tiene el poso decantado de una trayectoria musical siempre ascendente: eso que los músicos siempre suelen decir y nunca es verdad, “mi último disco es el mejor de toda mi trayectoria”. Pues bien, en el caso de Remate es muy posible que sea así, si nos ceñimos al plano estrictamente musical, menos variado que en discos anteriores como “On Junk” (2006), “Safe And Sound” (2008) o “Una araña a punto de comerse una mosca” (2012), pero mucho más redondo en su resultado general y, también, mucho más hermoso en términos absolutos. Él achaca el mérito a la coproducción de Wild Honey, pero yo se lo achaco a los arreglos. A quien se le haya ocurrido el ropaje que adorna estas sencillas composiciones hay que darle el mérito de la enorme armonía y belleza que envuelven estas canciones, como sucedía con esos dos álbumes maravillosos de Rafael Berrio, “1971” (2010) y “Diarios” (2012), con los arreglos de orquesta de cámara sintetizada que elaboró para ellos Joserra Senperena.
Dice Remate que los títulos de las canciones hacen referencia a “personas reales que admiro y me dan esperanza, desde gente muy conocida como Miranda July o Xavier Dolan hasta Maribel, la profesora de infantil de mis hijos, o Nagomi, que es una cocinera japonesa, amiga mía, que tiene un food truck”. Ya hizo algo parecido en el citado “Kitasato”, aunque en ese caso los títulos eran personajes literarios o cinematográficos –“Dawn Wiener”, “Elizabeth Travis”, “Emma Recchi”, “Fred Belair”, “Ray Eddy”, etc.–, por no remontarnos a las “Laurie Allen” y “Shirley MacLaine de “Superluv. Por lo que tiene de romántico” (2011). Pero en el plano literario puede que su cumbre sea el citado “Cabello de ángel, tocino de cielo”, en el que rastreaba las miserias de su árbol genealógico.
Aquí, en cambio, los textos son más variados y están llenos de imágenes dispersas, escritas casi en modo telegráfico, y en las que va soltando, como migas de pan que se comen los pájaros y no llevan a ninguna parte, referencias aleatorias que no guardan relación con la canción en la que figuran, pero sí con el mundo que circunda su obra: el “Dream House” de La Monte Young en “Richard Attenborough”; Moldy Peaches en “Maribel”; Lou Reed haciendo taichí en “Nagomi”; Erik Satie en “Xavier Dolan”; Dolly Parton en “Dolly Parton”…
Después de escuchar e interiorizar estas ocho canciones (que ya han entrado a formar parte de mi vida), uno no sabe si echarle en cara que se prodigue tan poco (en cuanto a canciones se refiere) o agradecerle, en cambio, el tiempo transcurrido hasta la aparición de “Dos galgos blancos”… porque lo cierto es que en este nuevo disco, que no llega ni a la media hora, no sobra ni una corchea. Puede que Remate sea de los que descarta mucho y solo nos deja escuchar lo que ha pasado por todos sus filtros. O puede, en cambio, que sea de los que pule la piedra preciosa hasta que su brillo nos ciegue. Lo cierto es que, si va a seguir en su modo ascendente, no me importaría que dentro de un año haya disco nuevo de Remate. Pero por si acaso no es así, este lo seguiré exprimiendo hasta que no quede una sola gota por caer. ∎
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