En el plano musical, Ricardo Lezón –getxotarra nacido por accidente en Zaragoza, en 1969– también ha experimentado diversos proyectos en paralelo al grupo, McEnroe, que le ha dado mayor visibilidad, como Viento Smith, Helicon o Lezón & Limousin, más alguna escapada en solitario o junto al catalán The New Raemon, con quien repetirá en breve.
La autobiografía que ahora nos ocupa es en realidad su cuarta publicación, porque antes hay que contabilizar tres libros de poemas y relatos: “Extraña forma de vivir” (Autoeditado, 2014; con ilustraciones de Estíbaliz Hernández de Miguel), “Los minúsculos latidos” (Bandaàparte, 2017) y “El corazón es un combustible peligroso” (Sr. Scott Libros, 2021). Y como tal biografía, es el intento de contar una historia que al final le ha contado a él, con esa fidelidad y verdad que distingue a las personas fieles y verdaderas.
Ya habías publicado libros de poemas y relatos, pero en este caso se trataba de escribir la historia de McEnroe, a la que tú mismo dices ser incapaz de poner orden. Y al final te ha salido quizá otro libro de relatos de trasfondo poético... El corzo tira al monte...
Me gustan los corzos y me gusta el monte. Soy muy desordenado, muy impulsivo y poco paciente al escribir; todo esto es un obstáculo imponente para ponerte a escribir un libro ordenado. Lo intenté al principio, pero tardé muy poco en darme cuenta de que no era el camino y de que la única manera, y también la más fiel, de contar esta historia era hacerlo de la manera que la he vivido. Es una colección de relatos que juntos forman una historia, la explicación de por qué escribo canciones, de cómo la música me ha ayudado a vivir, de cómo encontré en ella mi manera de comunicarme con la vida. El orden que más me interesa es el natural, el que se forma solo, el que nace del caos y el impulso; creo que la poesía vive en eso. Como decía Corredor Matheos, la poesía no debe tener ninguna misión excepto la de existir. Quería contar una historia y al final la historia me ha contado a mí. Así debía ser.
Incluso en el principio del proceso solicitas mi colaboración como periodista. Sabes que fue un orgullo para mí, pero también un alivio que decidieras enfrentarte a tu propia historia, porque creo que ese tono es el apropiado y no el de un relato hilvanado y articulado en torno a fechas y otras oficialidades de la historia del grupo.
Tengo la suerte de haberme encontrado con personas magníficas en mi vida, en lo personal y en lo profesional, que me han ayudado. En un principio pensé en apoyarme en una de ellas, tú, para afrontar esta historia. Pero, sí, pronto supe que lo más honesto era dejarme llevar, esperar a que las cosas brotaran solas. Es una forma de autoconfianza, la única que tengo quizá. Tener la posibilidad de escribir este libro era algo que me hacía sentir muy feliz, pero a la vez todo temblaba; apareció una autorresponsabilidad que no había sentido nunca a la hora de hacer canciones. Serenar ese temblor y convertir ese temor en un reto luminoso fue un camino tortuoso y ahora me siento muy orgulloso de haberlo conseguido. Más allá de si el libro es bueno o no, de si gusta más o menos, sé que es el libro que tenía dentro.
Te vas a Formentera para escribir y alejarte de todo ruido, pero sin saberlo te cruzas con la desgracia de un nuevo desamor. Cuando me lo contaste sufrí por ti y por el libro, aunque en este segundo caso no tenía claro si te serviría de nuevo acicate, de más gasolina para incendiar el papel.
Escribir se convirtió en lo más importante, en lo que más me motivaba. Era un torbellino que me agitaba y muchas veces me angustiaba pero en el que quería estar, del que tenía la seguridad de que iban a salir cosas buenas para mí. Se convirtió en algo vital. Había mucho ruido en mi vida entonces y decidí aislarme, me cuesta mucho concentrarme. Soy muy permeable a todo lo que me rodea, así que me largué a una isla, a una que no conocía, en una temporada en la que allí no hay nadie. Me encerré en una casa en el bosque con mi ordenador y encontré el silencio, pero nada más llegar todo cambió. La relación en la que estaba desapareció y eso fue como quitar la anilla a una granada que hizo saltar por los aires todo lo que debía saltar por los aires. No conseguí escribir nada en aquel mes, pero ahora, visto con distancia, sé qué fue lo mejor que me podía haber pasado, ahora sé que necesitaba aquella catarsis, aquella soledad. Todo el ruido salió de manera estruendosa, pero el silencio que quedó fue el que me permitió escribir de manera más pura y limpia. Maldije mucho aquella isla, pero ahora es mi favorita.
Tú mismo te preguntas qué es McEnroe. Voy a darte una respuesta, no sé si acertada. He compartido camerino con cientos de grupos y en muy pocos he visto la camaradería y complicidad vuestra. Amigos que comparten sensibilidad humana y musical. Pero tampoco se puede obviar que vuestros horizontes vitales son distintos, porque tú eres quien más tiempo ha dedicado a la música: “Mi caso es el que más ha hecho equilibrios en esa pequeña grieta que hace de frontera entre vivir con ella y vivir de ella”. En definitiva, McEnroe ha podido ser tu cobijo y a la vez tu compromiso: “Sé que con ellos no puede pasarme nada malo. Ellos no lo saben, pero los siento como mi familia”.
La segunda frase tiene más peso que la primera o, mejor dicho, es una de las razones más pesadas para no haber sentido realmente pena por no haberme lanzado quizá a hacer otras cosas. He sido yo quien no ha querido saltar esa grieta. No es tan importante si he podido vivir de la música o no, esa frase lleva al equívoco de pensar que se refiere exclusivamente al tema económico, y esa, aunque claro que existe, no es la parte más importante. La música me ha ayudado a vivir, me ha sujetado, me ha servido de vehículo para llegar a lugares a los que no podía llegar, para expresar cosas que no sabía hacer de otra manera y también me ha ayudado económicamente como añadido a mis trabajos. Me gusta mucho lo que hemos construido juntos, me siento bien donde estoy, con ellos, y si no me he planteado otras cosas es porque realmente no necesito nada más y porque, equivocado o no, estoy seguro de que no hay mucho más.
“Quiero hacer canciones para ser feliz, para respirar, y quiero necesitarlo solo por eso, por nada más”. Esto me recuerda a cuando regentabas una casa rural en Noviales (Soria) y te negabas a recibir a cazadores. Una visión mercantil un tanto peculiar. Siempre en la orilla limpia del río. Y lo mismo te ha podido pasar con el tenis: donde esté la belleza de un buen golpe que se quite toda victoria guerrera… La competitividad en el deporte, en la música, en la vida no casa contigo.
Soy una persona muy poco competitiva, tengo otras ambiciones. Nunca he encontrado nada en ganar que me haga sentir mejor que cuando disfruto de lo que hago libremente. No hay nada de malo en querer ganar, nada, siempre que no nuble lo demás, supongo. Recuerdo la casa de Noviales, fue una de las épocas más luminosas e importantes de mi vida. Allí, en aquel ritmo lento y salvaje encontré mucha de la paz que después ya no he perdido y que tanto necesitaba. Si me hubiese centrado en ganar dinero solo habría ganado dinero. El tenis es un deporte lleno de belleza en el que el partido más importante lo estás jugando contra ti mismo, donde cada decisión que tomas te va definiendo, en el que se aprende muchas cosas. Es la vida con una raqueta, juegas como eres, y además estéticamente es insuperable.
“Mi madre y yo nos parecemos tanto que vemos en el otro todo lo que no queremos ver en nosotros mismos. Nos cuesta soportar nuestro propio reflejo”. Coincidí con ella también en Noviales y tenía ese punto irónico y divertido de envolver cualquier miedo en puro sentido del humor. Y también el sentido trágico del amor: “‘¿De dónde habrás sacado ese romanticismo tan peligroso?’, dijo sin mirarme. ‘¿De ti?’, contesté”. “La ansiedad y la angustia me quitaron muchas cosas, demasiadas, pero nunca pudieron con el sentido del humor”...
El humor es un buen lugar al que asirse, amortigua muchas caídas, me calma la ansiedad y siempre me ha servido para equilibrar los excesos trágicos que le he dado a muchas situaciones, para disolver pesos innecesarios. La relación que tenemos en McEnroe está cubierta de humor. Nos reímos mucho de nosotros mismos, de las cosas que nos pasan, y eso mantiene siempre las ventanas abiertas, es oxígeno y frescor. El humor bien utilizado, limpio, te acerca mucho a las personas y a ti mismo.
Tu hija Jimena, que canta como un ángel, también ha heredado esa sensibilidad. Se la ve reservada y tímida, y muy emotiva. “Tiene que aprender a controlar su sensibilidad, de lo contrario podría llevarla a lugares muy oscuros y difíciles. Es lista, inteligente y buena, y sé que lo hará, y yo estaré siempre cerca para ayudarla”. Llevas años queriendo escribir para ella...
Llevo años queriendo escribirle unas cuantas canciones para que pueda grabar su propio disco. El EP “Veinte” (2022) que publicamos con Subterfuge para celebrar el veinte aniversario del grupo eran relecturas de algunas canciones antiguas interpretadas por ella. Me gusta mucho cómo canta y cómo vive las canciones. Jaime (se refiere al guitarrista de McEnroe, Jaime Guzmán) y yo fuimos padres de dos hijas justo el año en que formamos el grupo; han crecido a la vez. Algún día terminaré esas canciones y ella las cantará. Será en el momento justo, ahora tiene que concentrarse en otras cosas. Tengo dos hijos que son una bendición, de los que aprendo cosas cada día.
“Que la primera vez que me acostaba con alguien fuese para hacer el amor y no para follar fue otra roca en la muralla de mi castillo”. En otras épocas algunos padres llevaban a sus hijos a un burdel para que se estrenaran y también existía el servicio militar para “hacerse un hombre”. ¿Cómo libraste lo segundo?
Me libré de la mili porque me operaron de una hernia lumbar con 20 años y en aquella época esa era una operación muy jodida. No había láser ni técnicas no invasivas de esas, entonces te abrían en canal y la recuperación era un tormento. Pasé casi dos meses en la cama y la espalda me quedó resentida para siempre. Creo que librarme de la mili era lo mínimo que me merecía, le tenía pavor. Si la hubiese tenido que hacer lo habría pasado muy mal. La disciplina, el orden y la obediencia es algo de lo que siempre he huido como alma que lleva el diablo. A mi padre le hubiese encantado que la hiciese, eso sí. Él era muy terco y vehemente trasladando deseos y consejos, pero siempre respetó mis decisiones aun sin entenderlas. Nos costó mucho tiempo encontrar el pequeño hueco en que nos encontrábamos, pero lo hicimos. Nunca me dijo que la música le pareciese una buena idea, sin embargo en el reproductor de su coche estaba “Mundo marino” (el álbum que McEnroe publicó en 2008).
“A veces amarse no acerca”. La clave quizá sea mantener la distancia adecuada. Pero ¿cómo se mide esa distancia?
De encontrar esa fórmula va casi todo, encontrar la distancia con los demás, contigo mismo, con las cosas, con la vida. Ni tan cerca como para quemarte ni tan lejos como para congelarte, que sería una variación de aquella frase de Kureishi. A mí me ha costado mucho encontrarla; me he quemado, abrasado, he abandonado y me han abandonado. No se puede aprender sin fallar. Encontrar el lugar en que sientas el equilibrio necesario para poder caminar por la cuerda floja que es la vida. En mi caso sé que está en poner mucha atención a ese espacio que me queda para poder elegir qué hacer y qué no hacer y en poner mucha atención en no olvidarme de mí sin caer en acordarme solo de mí. Pero cada cual es un mundo, no hay una fórmula universal.
Tu fragilidad es tu fortaleza, dices. Pero ¿cómo desgajar sensibilidad y fragilidad? Mick Jagger quizá, pero a ti no te gustan los Stones… Tuvieron que llegar The Smiths, The Cure o Will Oldham, un nuevo rock para que te gustase el rock.
Me gustan muchas canciones de los Stones, me divierten, pero no me emocionan de la manera que lo hacen otras formas de entender el rock o la música en general. Me interesa más lo interior que lo exterior. Los disfraces, la escenografía, la leyenda del rock me aburren mucho. Me atraen más otras cosas, el mundo interior, lo personal. La música siempre ha tenido un componente de sanación para mí, de calma y explicación, y eso lo he encontrado en las propuestas más íntimas. Mi rescate emocional, como cantan los Stones.
Sospecho que te has dejado tanto fuera que quizá “Lento y salvaje” sea solo un comienzo.
Tengo una sensación muy tortuosa de que sí, me he dejado muchas cosas. Me ha costado mucho escribir “Lento y salvaje”, pero ha sido una experiencia maravillosa y estoy seguro de que en algún tiempo, cuando toque, volveré a escribir. ∎
Si algo ha logrado Ricardo Lezón es un estilo inconfundible que lo aleja de lo prosaico para posicionarse siempre en ese otro lado, el de la sensibilidad, la suavidad y la belleza a flor de piel. Siempre la belleza, ese “incombustible que nunca acaba de quemarse”. Si Ricardo escucha una música que no le gusta, no te dirá, como la mayoría de las personas, que es mala música, sino música fea. Y él prefiere la bonita. Que unas veces puede ser pura melodía derretida, pero otras, la mayor parte quizá, intrincadas letanías de slowcore, alt-country u otros matices y lamentos minoritarios pero siempre radicalmente bellos.
Con estos antecedentes penales, los que le han unido a McEnroe y otras aventuras líricas, era fácil deducir que su autobiografía no iba a ser una al uso. Que a Ricardo le podían confundir las frías fechas del calendario y los hechos narrados con falsa precisión de datos, recuerdos y batallas. Atorado en ordenar y clasificar su memoria, prefiere inspirarse en retazos de vida reflexionados con esa delicada prosa que huele a poesía. Así nos descubre que le gustan la calma y los paisajes puros, sin personas, o con más palomas que personas, ajeno al bullicio de la ciudad, donde le persigue la sensación de no estar invitado.
En “Lento y salvaje” se destapa también la relación con sus padres y el divorcio entre ellos, así como sus separaciones de Luz y Sol, los dos únicos nombres inventados en un relato que fideliza al resto, en especial a sus hijos Ricky y Jimena (“Verla cantar sujetándose los auriculares, con los ojos cerrados, escuchar su voz inocente y luminosa inundar el estudio es quizá lo más bonito que he vivido en todos estos años de música”) y a sus amigos de McEnroe. Es ahí, en la música, donde encuentra consuelo y terapia: “Mientras mis amigos volaban por las fiestas y las noches, yo paseaba por la playa de Ereaga escudado en mi walkman, escuchando a los Red House Painters. Kozelek cantaba ‘Helicopter’ y en su voz se estrellaban todas las olas. La música enseñándome toda su capacidad sanadora. Dentro de aquellas canciones no podía pasarme nada. Fuera, todo”.
También el humor sustenta parte de su voluble dieta, un humor que ha superado ansiedades y angustias en ese trayecto donde la vida se esfuerza por imitar al arte: “Muchas veces he tenido la impresión de que en lugar de canciones lo que escribo son profecías. Un día escribiré una sobre un tipo al que le toca el euromillón, aunque solo sea para romper el maleficio”. Si bien escribir sobre el mundo real no entra en sus cábalas, quizá porque pocas realidades superan el misterio de un bardo noble. ∎