Bruce Brubaker (Des Moines, Iowa, 1959) tiene pinta de profesor universitario candidato al Nobel por sus descubrimientos en física cuántica –y cuando se termine de leer este comentario se entenderá mucho mejor la comparación–, pero lo que es en realidad es un estudioso de la música. Formado como concertista de piano en la famosa escuela Juilliard de Nueva York, llegó a ser nombrado Instrumentista Joven del Año por la revista ‘Musical America’, pero ha ejercido también una larga trayectoria como docente en muchos de los más importantes conservatorios del mundo –es catedrático del departamento de piano del Conservatorio de Nueva Inglaterra, en Boston, y ha sido durante nueve años profesor en Juilliard, donde dio clases a Francesco Tristano– y ensayista –con artículos en medios tan variados como ‘The Wall Street Journal’, ‘USA Today’ o ‘Piano Quarterly’–.
Como intérprete, además de Mozart, Haydn, Brahms o Messiaen, es reconocido por sus interpretaciones de música minimalista: ha estrenado obras para piano de John Cage o Nico Muhly y ha grabado discos –solo o en compañía de otros– dedicados a compositores como Philip Glass, Terry Riley, Meredith Monk, Alvin Curran o William Duckworth.
Ahora ha publicado “Eno Piano”, apenas tres semanas después de que el compositor británico recibiera el León de Oro de la Bienal de Música de Venecia. El gran Brian Eno ha elaborado a lo largo de más de cincuenta años una obra ingente, a caballo entre el pop y la clásica contemporánea, y a horcajadas también entre la interpretación y la producción. Eno ha sido capaz, además, de bautizar, como musicólogo, todo un estilo: la música ambient. Y es a este titán de la música del siglo XX y XXI –y al ambient, como dialecto del minimalismo– al que Bruce Brubaker ha dedicado un álbum de versiones para piano de algunas de sus obras más emblemáticas, desnudándolas aún más para sacar a relucir toda su fuerza gravitacional de atracción.
El núcleo de “Eno Piano” se sitúa en “Ambient 1. Music For Airports” (1978), del que versiona tres cuartas partes: “1/1”, “2/1” y “2/2” –los títulos se refieren al formato original del disco, como LP de vinilo: “primer tema, primera cara”, y así sucesivamente–. “Eno Piano” lo completan “The Chill Air” –una pieza breve que formaba parte de “Ambient 2. The Plateaux Of Mirror” (1980), el segundo de los discos de Eno que daban nombre al estilo ambient–, “By This River” –una canción (sí, en el original tenía letra y era cantada) perteneciente a “Before And After Science” (1977)– y “Emerald And Stone” –la pieza más cercana en el tiempo, perteneciente al álbum “Small Craft On A Milk Sea” (2010)–. Y llama la atención que, pese a que el título del disco hace referencia exclusivamente a Briano Eno, cuatro de las seis piezas sean composiciones colectivas: “1/1” la compuso junto con Robert Wyatt –que había sido batería de Soft Machine– y el productor e ingeniero de sonido Rhett Davies, cuyo primer trabajo como ingeniero y productor fue, precisamente, el segundo álbum de Eno en solitario, “Taking Tiger Mountain (By Strategy)” (1974), tras abandonar Roxy Music. Davies y Eno trabajaron juntos en varios proyectos posteriores e introdujeron innovaciones en las técnicas de grabación en estudio, especialmente en lo relativo a los bucles de cinta (loops) y las cajas de ritmos.
“By This River” fue coescrita e interpretada con los músicos alemanes Hans-Joachim Roedelius y Dieter Moebius, integrantes en esa época del grupo Cluster; “The Chill Air” es de Eno y el fallecido compositor estadounidense Harold Budd, mientras que “Emerald And Stone” fue compuesta con los ingleses Jon Hopkins y Leo Abrahams.
Salvo en “The Chill Air”–en cuya versión original el piano de Budd sobresale por encima de los elementos ambientales generados electrónicamente por Eno–, que se puede considerar la más semejante al original de todas las composiciones, el trabajo de Brubaker ha sido de minuciosa y cuidadosa transformación (sin que desapareciera la esencia): se trataba de recrear por medios acústicos el característico y envolvente sonido ambient. Como se explica en el bandcamp de InFiné, Eno decía que “el estudio es un instrumento musical” y ahora Brubaker le ha dado la vuelta a la frase: “Un instrumento musical puede ser un estudio”. Brubaker empleó en las sesiones de grabación un piano de cola Steinway, pero “mediante el uso de arcos electromagnéticos y otras formas de hacer vibrar el piano, quise crear un nuevo instrumento, un ‘piano Eno’”, dice el pianista. Así, la sonoridad acústica del Steinway –¡no puede haber un piano más clásico!– de Brubaker consigue hacer vibrar sus cuerdas para que produzca tanto su tono fundamental como sobretonos, o vibraciones más complejas y coloridas, al estilo de insospechados drones, sin modificar la esencia de las composiciones, pero dotándolas, obviamente, de otra dimensión. Brubaker lo explica de una forma un tanto peculiar: “Es como cuando vas a una pastelería de lujo y ves una versión detallada del Empire State Building en forma de tarta. Nosotros hicimos la música de Brian, pero no lo es…, ¡pero lo es! La música es muy detallada, parece la original, pero está hecha de sonidos de piano, ¡de tarta!”.
Aunque lo pueda parecer, “Eno Piano” no es un “unplugged” ralentizado de Brian Eno. Es una obra mucho más compleja –de hecho, su elaboración ha durado ¡siete años!– de lo que pueda parecer y mucho más interesante de escuchar. “Eno Piano” no se resuelve con la típica frase de “pues me gustaba más el original”. Quien se considere fan de Eno sabe que la escucha atenta es fundamental, así que en esta sucesión de versiones podrá disfrutar de ella por partida doble, comparándolas entre sí. Y, sobre todo, valorándola como si fuera una obra completamente nueva (que en directo se va a reproducir mediante un teclado electrónico situado encima del Steinway, para disparar sonidos pregrabados). ∎
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