El cósmico noise pop sembrado por Los Planetas en “Super 8” (RCA-BMG, 1994), aunque más desarrollado a partir de “Una semana en el motor de un autobús” (RCA-BMG, 1998), ha sido inspiración, consciente o no, para una infinidad de grupos a lo largo de los últimos 30 años. Los Punsetes, Blacanova, Chicharrón, La Habitación Roja, Los Marcianos, Triángulo de Amor Bizarro y muchos más han recogido de alguna forma esta herencia que, de todos modos, va más allá de una marca de estilo: es algo que trasciende hasta el punto de enfrentarse al proceso creativo.
Tal como lo entiende Rodrigo Caamaño, voz y guitarra en Triángulo de Amor Bizarro, la influencia de Los Planetas en su música es “mucha y poca a la vez”. Así lo explica el músico gallego: “Al principio de la banda una cosa en la que acertamos es que no puedes dejarte influir demasiado por las bandas que amas, ya que si no, vas a acabar siendo simplemente un reflejo pálido y sin alma de estas. No vas a pillar nada. Lo que hay que hacer es intentar discernir lo que realmente te gusta de esas bandas más allá de las formas concretas. Entonces, nos forzamos a que esa influencia fuera en la búsqueda de algo propio, así como habían hecho ellos antes, y a escapar de replicar un sonido concreto o una forma determinada de hacer canciones. Al igual que otras bandas, su influencia en nosotros es inmensa en lo importante, que es el espíritu, pero a la vez más pequeña en lo formal”.
La influencia de Los Planetas arranca por el efecto kilómetro cero que tuvo en el tándem creativo formado por Juan Ramón “J” Rodríguez (voz y guitarra) y Florent Muñoz (guitarra), quienes en los discos que vinieron después de “Super 8” aceptaron el reto de ir buscando nuevas metas que rompieran con la sensación de estar ante un techo prematuro, como ocurre con un gran porcentaje de grupos indies que son incapaces de igualar el impacto de su álbum de debut.
De forma consciente o no, Los Planetas se fueron alejando disco a disco de la patente “Super 8” por medio de nuevas vías que seguían justificando su condición de pioneros, también en dimensiones renovadas dentro de la ortodoxia flamenca morentiana a través del rock cósmico, el krautrock o la psicodelia. Caminos que nadie había pisado antes.
El sonido acuñado por Los Planetas en “Super 8” orbita en torno a una tradición de malditismo que ellos supieron revertir, jugando sus cartas en base a la santísima trinidad que marcaba el noise pop de la época en España: Sonic Youth, My Bloody Valentine y Pixies.
“La verdad es que realmente estábamos muy metidos en la escena independiente y había grupos interesantísimos que la gente apenas escuchaba, como The Wedding Present o Television Personalities, que fueron una fuerte influencia para nosotros”, comenta J. “Igual Sonic Youth fue una influencia, pero ya había mucha gente siguiendo ese camino. Nosotros buscábamos inspirarnos en grupos más underground que estos. En Sarah Records había un montón de artistas muy interesantes, y en sellos como Creation o Factory. Y en Estados Unidos igual. También estaban Pale Saints, que fueron una influencia superclara. Un grupo más oscuro, más desconocido. De ahí, tomamos directamente melodías, arreglos. Cosas que eran menos obvias para la gente, de las que nosotros aprovechábamos para sacar ideas”.
“Super 8” fue el reflejo directo de un universo en el cual los granadinos plantaron una semilla que no dejó de crecer en los años posteriores. Y que figuras como el periodista y locutor radiofónico Julio Ruiz vieron desde la primera vez que los escucharon: “Desde el principio ya me llamó la atención el grupo, porque comenzaban a sonar todas aquellas bandas que empezaban a beber de esos grupos de finales de los ochenta y principios de los noventa que conjugaban ruido con melodía”.
No obstante, lo que los hizo tan especiales fue el hecho de haber sabido conjugar toda esa dimensión de influencias anglosajonas con otros espejos de nuestra cultura, que surgen de los múltiples reflejos que se pueden reconocer o atisbar en momentos cumbre como “Si está bien” o “Brigitte”. O en temas precedentes del EP “Medusa” (Elefant, 1993), que en el caso de Luis Calvo, director del sello Elefant, lo transportaron a dos de sus grupos favoritos por la forma de cantar de J: “Uno de principios de los noventa, El Joven Lagarto, Family; otro de cuando yo era adolescente, Décima Víctima, que fue y sigue siendo uno de mis grupos favoritos de todos los tiempos”. También el juego de contrastes en el que caben tanto Spacemen 3 como Décima Víctima es uno de los valores más significativos en la trascendencia de “Super 8”, y explica esa profunda huella marcada en el tiempo.
La impronta dejada por “Super 8” es atemporal. Treinta años después, nos hace contemplar este trabajo como un sentimiento que, realmente, ha crecido con el paso del tiempo, captando más y más feligreses para una causa que, en este caso, es de resistencia dentro de una época. Para Fino Oyonarte, músico y productor del disco, “este sigue manteniendo su esencia y vigencia, y el paso del tiempo lo está demostrando tanto por lo que tratan las canciones como por el sonido que pudimos captar y reflejar en un momento muy determinado de Los Planetas”.
Al intentar explicar el porqué de la repercusión imparable del primogénito discográfico planetario, siempre se suman razones a una realidad tan simple de explicar como casi imposible de encontrar: himnos generacionales que se enfrenten a sus influencias, mirándolas de tú a tú y absorbiendo su ADN para mutarlo en un milagro autóctono de polos opuestos referenciales, de Pale Saints a Federico García Lorca. “‘Super 8’ fue un disco trascendental desde el momento en que salió. Igual que la propia banda, su actitud, las letras, el sonido… Conectaba con una serie de estilos muy minoritarios entonces, muy lejos de la música rock, alternativa o no, de la época”, comenta Rodrigo Caamaño. “Era un poco como música antirrock, que era lo que alguna gente por entonces estábamos buscando por aquí y no encontrábamos salvo en cosas muy puntuales: Surfin’ Bichos o Lagartija Nick, por ejemplo. Creo que lo que más diferenciaba a Los Planetas era que los temas de sus canciones no eran versiones infantilizadas del rock de los sesenta y setenta, que era lo común en el rock ‘mainstream’ por entonces, con la figura del rock hetero, el rollo de estrella del rock y todo esto. Sus canciones hablaban de la crisis de la posadolescencia en toda su crudeza. Para mí, supuso algo similar en castellano a lo que me pasó con Nirvana unos años antes: la revelación y la catarsis. Y convirtió en obsoleta un montón de música”.
Sobre el concepto “antirrock”, elocuentemente subrayado en un título como “Pop” (RCA-BMG, 1996), su siguiente LP, J comenta que se consideraban antirrock en ese momento: “Recuerdo un montón de conversaciones con May, la bajista de entonces de Los Planetas, que odiaba toda la parafernalia del rock, la estética un poco trasnochada en aquella época. Y sí, éramos bastantes contrarios a todos esos clichés que el rock había ido acumulando a lo largo del tiempo”.
Que en un momento dado de la historia de nuestra escena indie Surfin’ Bichos le pasara el testigo a Los Planetas se constató en el hecho de compartir discográfica, en la casualidad de que el último LP de los albaceteños –“El amigo de las tormentas” (1994)– coincidiera con la salida del primero de los granadinos y, no menos importante, en el factor de que ambos grupos compartieran cartel en 1993 en la gira bautizada “Alternative Tour” –en la que también participó El Regalo de Silvia–. Estos son solo tres de los sucesos que subrayan la realidad sobre la que incide Julio Ruiz: “Hay un antes y un después de ‘Super 8’. Pero, ojo, grupos que vinieron antes y después también podrían colocarse ahí, en una línea de grupos influyentes dentro de una etapa, la de 1992 a 1995. Yo iría más allá y diría que los tres primeros álbumes de Los Planetas fueron totalmente fundamentales para lo que fue la música de los noventa”.
En efecto, álbumes como “Pop” y “Una semana en el motor de un autobús” llevaron más allá el sonido de Los Planetas. No se trata de trabajos con menos carisma que su primer álbum, pero “Super 8” es un punto de partida alimentado por la leyenda de 1994, año en el que se publicaron otros hitos del pop español como “Un soplo en el corazón”, el único álbum de Family. También salieron en ese ejercicio “Moor Room”, de Cancer Moon; “Entresemana”, de Le Mans; “Los mejores momentos”, de La Buena Vida; o el disco de Surfin’ Bichos antes citado.
“Super 8” fue el álbum más carismático del año más recordado e influyente de la historia del indie español, lo cual ha ido acrecentando el mito de un grupo con el que pasa lo mismo que cuando buscamos la obra referencial de The Fall, la película clave de John Ford o un cómic de Alan Moore. No te puedes quedar solo con uno. En el caso de Los Planetas, seguramente trabajos como “Una semana en el motor de un autobús”, “La leyenda del espacio” (Sony-BMG, 2007) y “Una ópera egipcia” (Octubre-Sony, 2010) son incluso superiores en ambición, riqueza sonora y ruptura con el resto de grupos de la escena indie de su momento. Sin embargo, carecen de la ventaja cronológica de “Super 8”, acrecentada por la propia actitud del grupo en directo. Paco López, director de Attraction, la oficina de management de Los Planetas en aquellos tiempos, destaca de los conciertos de la época“su arrogancia a la hora de subirse a un escenario, conscientes de sus límites instrumentales, sin ningunas ganas de convencer a nadie”. Y amplía datos al respecto: “Simplemente tocaban para ellos mismos y su círculo intelectual más cercano. Les daba igual el resto, les daba igual que estuviera un director de una multinacional discográfica viéndolos o el crítico más influyente. Se la sudaba totalmente. No se escuchaba la voz ni se entendían las letras. Todo daba igual, había algo mágico que cautivaba. Después, cuando descifrabas las letras de sus canciones en tu casa, se reforzaba esa sensación de mágico descubrimiento”.
En lo que hacían Los Planetas había una autosuficiencia que no era del agrado de todo el mundo. Una de las cualidades de “Super 8” proviene de su nula capacidad para dejar indiferente a quien lo escucha. Esto es debido a la gran cantidad de emociones, encontradas o no, que genera en su receptor.
Al igual que sucede con Bob Dylan o The Smiths, hay cierta arrogancia justificada en todo lo que hacen que sobrepasa lo meramente actitudinal, para adentrarse en la pulsión de unas canciones bipolares capaces de atraer o repeler a quien las escucha. Es como si te obligaran a sentir cierto grado de dependencia de las mismas o, por lo contrario, a multiplicar los temores de quien se rige por los condicionantes de la llamada jocosamente música “auténtica”. Rodrigo Caamaño lo tiene muy claro: “¿Quién puede odiar a los Smiths o a Bob Dylan? Alguien que no presta atención o aún es muy inmaduro para entender nada o no escucha por sí mismo, solo por recomendación o estética social. Es como odiar ‘El Quijote’ por haberlo leído en el colegio. Creo que la música de Los Planetas era radical y rupturista en un contexto pop, algo que mucha gente no pilló o no perdonó. Seguramente preferían escuchar a insulsas bandas de nu metal de segunda con solos, odio social y letras de prescolar mientras se quejaban de que no se entendía la voz de J. Claramente, a nosotros y a muchas otras bandas nos pasó algo parecido en cuanto pusimos un pie fuera de los círculos minoritarios en los que empezamos. Ese odio e incomprensión lo que hace es reafirmarte en lo que haces. ¡Es leña para la hoguera!”.
Valoraciones de esta clase acentúan las reflexiones de J acerca de “cómo Los Planetas se han convertido en el buque insignia cultural de nuestra generación, la de los noventa. En la medida de que es un escaparate en el que se proyectan todas esas ideas, hay muchos artistas que han salido de ese mismo entorno de ideas que nosotros. A partir de ahí, prácticamente todos los artistas interesantes que han surgido vienen de la escena indie, que con los años se ha convertido en la dominante. De repente, los festivales en España son los que más atraen, son muy prestigiosos mundialmente. Nosotros somos pioneros porque tal vez somos de los primeros que han reivindicado estas influencias. Y luego muchos artistas van cogiendo referencias de esos mismos artistas de los que nosotros fuimos tomando cosas antes. En este sentido, no sé hasta qué punto son seguidores nuestros o de esa cultura en general”.
Ya, en su momento, tal como recuerda el músico Antonio Arias, líder de Lagartija Nick y aliado del grupo desde sus inicios, “Los Planetas eran o muy admirados o muy criticados. Algunos amigos de la escena me recriminaban el excesivo interés que ponía en ellos. Y eso me motivaba aún más”. Y como a Antonio, a miles de almas aferradas a un sentimiento que no ha dejado de adquirir matices con el paso del tiempo, pero que tiene en “Super 8” el punto de partida de un credo que sigue multiplicándose con los años. ∎
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