Álbum

The Cruel Sea

Straight Into The SunSlick Productions, 2025

25. 03. 2025

Hay quien ha definido “How Far I’d Go”, el primer tema de “Straight Into The Sun”, como surf-country. Suena algo descabellado, dados los parajes playeros que evoca la música surf, y las granjas, montañas rocosas, praderas y campos de trigo que flotan en las atmósferas del country, pero la verdad es que es una definición bastante acertada: la cadencia vocal y la rítmica propia del country conviviendo sin problemas con unos arpegios de guitarra al sol y la arena californiana. No se trata de mezclar a los Beach Boys y Jan & Dean con Merle Haggard y Johnny Cash, ni pretender que desde Nashville aparezcan los alegres y armoniosos juegos vocales de la surf music, pero la mixtura resulta interesante y gratificante en manos de The Cruel Sea, banda creada en Sídney en 1987, separados más o menos una década después y devueltos a la vida en común en varias ocasiones, para conmemorar los veinte años de su álbum The Honeymoon Is Over” (1993) o simplemente para volver a tocar juntos hasta la grabación de este nuevo disco, el primero desde 2001 y diez años después de la muerte de uno de los líderes el grupo, el guitarrista James Cruickshank.

No es que ese surf-country sea la tónica única del álbum, dominado por la voz de Tex Perkins (de los míticos Beasts Of Bourbon) y las guitarras en arpegios cristalinos, rítmicas flotantes, blues rasgado y rock teen tocadas por Danny Rumour y Matt Walker. The Cruel Sea son australianos, así que su paisajística de la tierra debe ser distinta a la del country estadounidense. “Straight Into The Sun” tira más hacia el pop con sus coros al fondo de la abrillantada capa melódica –es un disco de grabación sutil, llena de matices–, mientras que “Waste Your Time” echa raíces en la tierra fértil regada con toques de steel guitar y guitarra eléctrica de acento blues-country. El título de “Razorback” no puede ser más australiano, ya que enseguida viene a la mente la película homónima de Russell Mulcahy realizada en 1984, una de las primeras de éxito del fantástico australiano, sobre un cerdo salvaje asesino, pero esta es una viñeta instrumental que parece evocar las carreteras transitadas por Billy el Capitán América en “Easy Rider (Buscando mi destino)” (Dennis Hopper, 1969) y otros relatos de carretera. La arrastrada “Storm Bird”, el otro corte instrumental del disco, bien podría ilustrar un pasaje mesurado de gótico americano, con una atmósfera oscura, pesada, contrastada por la reverberación hawaiana de las seis cuerdas. “King Of Sorrow” y “It Ain’t As Easy” tienen aires de country trágico en la entonación de Perkins, enfrentadas al pop seductor de “You Shine” y “No Promises” –con ecos de la vertiente más pop de Lambchop– y los aires de folk-rock setentero de “Anyway Wheatever”, el único tema en el que las guitarras aceptan la convivencia de un piano eléctrico aéreo y un juguetón y new wave organillo de fondo. ∎

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